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Al día siguiente, Haru se levantó con determinación para terminar de ordenar su habitación. Dobló las cajas vacías cuidadosamente y las llevó todas hacia la planta baja para avisarle a su madre que ya había terminado con su cuarto.

—¿Pasaste toda la mañana ordenando todo? —Preguntó Cori, mientras organizaba la cocina.

—No —Contestó Haru monótona pero dulce —Dormí un poco más pero no tenía nada que hacer así que lo hice. ¿Dónde está papá?

—En el patio trasero —Respondió Cori amablemente —¿Por qué?

—Es que no se que hacer con estas cajas —Dijo soltando un suspiro.

—Ponlas ahí, corazón —Señaló Cori la esquina de las escaleras —Cuando termine con el jardín le avisaré que las lleve en el ático.

Haru las soltó donde su madre le había dicho, para luego acercarse a ella echando un vistazo de lo que estaba haciendo. Al parecer lavaba los platos de nuevo para ponerlos en su lugar y así que estén limpios fuera de polvo o suciedad.

—¿Necesitas ayuda? —Preguntó Haru sonriente.

—No —Respondió Cori con el mismo gesto —Pero tal vez tu padre si.

Haru, llena de curiosidad, se dirigió al patio trasero. Allí encontró a Lucas instalando algunas luces alrededor de la piscina. Las luces servirían para iluminar el área si alguien quería pasar tiempo en la piscina durante la noche, ya que la iluminación de la piscina no era lo suficientemente potente para cubrir todo el espacio. Las luces se veían hermosas, y Haru no podía esperar a que anocheciera para verlas en todo su esplendor.

Mientras Lucas trabajaba, Haru comenzó a inspeccionar las demás cosas que estaban esparcidas por el césped, esperando ser montadas. Entre los objetos, encontró una casa de pájaros. La tomó con cuidado y la examinó, observando cada detalle y pensando si podría instalarla ella sola. Al buscar el árbol perfecto para colocarla, su mirada se desvió hacia una ventana. Era la ventana del vecino que había visto recién salido de la ducha la noche anterior.

Al prestar más atención, pudo distinguir la figura del hombre al otro lado del cristal. Aunque se sentía muy tímida, no pudo apartar la mirada de él, y parecía que él tampoco podía dejar de mirarla. Aún no podía ver su rostro claramente, y quizás eso aumentaba su interés en él. Pero, ¿qué lo hacía seguir mirándola? ¿Y si él se había dado cuenta de que ella lo observaba anoche?

Avergonzada por sus pensamientos, Haru desvió la mirada y se agachó para estar a la misma altura que su padre, entablando una conversación con él para evitar mirar a su vecino otra vez. Sentía un rubor en sus mejillas y una sensación de vergüenza, convencida de que él se había dado cuenta de lo fisgona que había sido.

—¿Necesitas ayuda, papá? —Preguntó Haru, tratando de sonar despreocupada.

Después de todo un día en el patio organizando la casa, las cosas finalmente estaban en su lugar y ahora se le podía llamar hogar

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Después de todo un día en el patio organizando la casa, las cosas finalmente estaban en su lugar y ahora se le podía llamar hogar. Con el exterior listo, Haru y sus padres podían concentrarse en llenar la despensa: comida, cena, bebidas y más provisiones que tal vez durarían un mes.

Preparándose para ir al supermercado, Haru jugaba con las puntas de su cabello para evitar mirar alrededor y tener contacto visual con quien fuera que la estuviera mirando, porque sentía que alguien lo hacía. Entró en el auto y, poniéndose su cinturón de seguridad, esperó a que su padre y su madre se pusieran también los de ellos y arrancaran el auto.

Haru había hecho una lista en su celular del tipo de comida que quería que su madre comprara. Le encantaba el batido de fresa, por lo que debían comprar fresas, y también jugo de limón, aunque prefería hacerlo ella misma para controlar el punto exacto de dulzor. También pensó en el sushi, ya que su padre era un experto haciéndolo, pero debía recordarle que comprara los ingredientes necesarios.

En el supermercado, Haru seguía a sus padres en silencio mientras Lucas manejaba el carrito y Cori ponía las cosas que compraba dentro. Sus padres nunca se sentían raros por lo callada que era Haru; era normal para ella, y solo hablaba cuando quería hacerlo. Ellos respetaban su necesidad de reservar su energía social.

Pasaron por el pasillo de las frutas y verduras, y Haru vio un contenedor de fresas. Cuando fue a tomarlo, alguien más lo hizo al mismo tiempo. No pudo evitar sentirse molesta, pero al prestar más atención, vio que era él, su vecino, quien había tomado las fresas.

—Está bien, Haru —Sonrió Cori, poniendo su mano en el hombro de su hija mientras observaban al hombre alejarse —Podemos ir a la otra tienda a comprar.

—Sí —Asintió Haru, tratando de calmarse —Lo sé —Se volteó y les sonrió a sus padres —Iré a buscar las cosas de mi lista.

—¿Qué? —Cuestionó Lucas.

—Envíenme un mensaje cuando ya estén en la caja, por favor —Dijo Haru, ignorando la pregunta de su padre.

—¿No quieres que te acompañemos? —Preguntó Lucas, preocupado.

—No —Negó Haru rápidamente —Quiero pasar un tiempo sola.

Haru tomó una de las canastas de las esquinas del supermercado y, con pasos rápidos pero desapercibidos, siguió a su vecino. No quería recuperar el contenedor de fresas; solo quería ver su rostro, saber cómo lucía o incluso hablarle, aunque no sabía cómo. Nunca había hablado con un muchacho dentro de su círculo de interés; la mayoría solo los veía como amigos, por lo que no se le hacía difícil entablar una conversación en esos casos.

El vecino caminaba con calma por los pasillos de comida, buscando qué variedad de gimbap comprar. Al ser un vecindario asiático, había diferentes opciones de comida asiática. Haru se acercó al área de sushi y aprovechó para tomar su variedad preferida. Sin embargo, cuando volvió a prestar atención a él, el vecino ya no estaba. Una sensación de paranoia comenzó a invadirla mientras lo buscaba con la mirada, fingiendo que no se había sorprendido por lo rápido que se había ido.

Soltó un suspiro, resignada, y decidió regresar hacia donde había dejado a sus padres. Pero justo en ese momento, se encontró cara a cara con él. Sintió un vuelco frío en su corazón y dejó escapar un pequeño gaspido de sorpresa, dejando caer levemente la canasta al suelo. Finalmente, pudo descubrir las perfecciones de su rostro.

El vecino tenía rasgos marcados y atractivos, con ojos profundos y una sonrisa amable que la desconcertó aún más. Haru se sintió atrapada en ese instante, sin saber qué decir o hacer. Su corazón latía con fuerza, y sus mejillas se sonrojaron intensamente.

—¿Me estás siguiendo?

HONEY┃HYUNJIN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora