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Hyunjin y Sam llegaron a Corea del Sur en silencio, con la tensión apretada entre ellos mientras se cambiaban al nuevo uniforme. El ambiente era denso, cargado de una mezcla de ansiedad y resignación. Los otros reclusos que se cambiaban a su alrededor parecían más inexpertos, sus movimientos nerviosos delataban que esta era su primera vez en una prisión. Hyunjin, con una expresión de desdén, revoleó los ojos mientras ayudaba a Sam con el cierre del uniforme, un acto automático que también servía para calmar los nervios de su hermano. Había algo familiar y a la vez profundamente extraño en aquel ambiente, un eco del infierno que habían dejado atrás en Estados Unidos.

Un hombre uniformado se presentó ante ellos —Mi nombre es Park Yoonsan —Dijo con voz firme —Aunque para todos los internos, simplemente soy Yoon. La rutina en la prisión son claras y estrictas: las sirenas suenan a las siete de la mañana, y tendrán que vestirse, hacer la cama y estar listos en quince minutos para el conteo.

Los nuevos, sin embargo, estaban más preocupados por los detalles básicos de su supervivencia diaria —¿Puedo llamar por teléfono? —Preguntó uno de ellos con una voz temblorosa.

Yoon respondió con la misma seriedad implacable que había usado desde el principio: —Tienen que hacer una solicitud para cada llamada, que será aprobada por dirección.

Las preguntas continuaron, un recluso mencionó la falta de pasta de dientes en su kit de aseo. Yoon, con paciencia, explicó que la cárcel tenía reglas estrictas sobre lo que podía y no podía ser traído desde afuera, añadiendo una advertencia final sobre no ceder a las demandas de favores o dinero por protección, ya que cualquier delito en el interior llevaría a un aumento de la pena y la anulación de cualquier intento de reducción de condena.

Hyunjin y Sam, con sus bandejas de artículos en mano, siguieron a Yoon a través de un largo y vacío pasillo que resonaba solo con el eco de sus pasos. El ambiente en la prisión de Corea era distinto al que habían conocido en Estados Unidos: aquí, los reclusos no gritaban ni insultaban a los nuevos, sino que los observaban en silencio, una muestra de la educación rígida que hacía que cada movimiento fuera una amenaza silenciosa. Yoon los condujo hasta el módulo, donde la tensión en el aire se hizo palpable. Abrió la puerta de la celda 204, donde tres hombres estaban sentados en sus camas, sin mostrar ni la más mínima emoción al ver a los gemelos. Uno de ellos, un hombre tatuado con una sonrisa irónica, se dirigió a Yoon con un aire de superioridad.

—Jefe —Dijo el hombre —Ha debido de hacer un error. Los novatos van a otra celda, ya estamos completos.

Pero Yoon, con la firmeza de quien conoce su autoridad, no cedió —Los gemelos están asignados a esta celda —Respondió, ordenando a los hermanos que dejaran sus cosas y comenzaran a hacer sus camas.

El hombre intentó detenerlos, levantando ambas manos en un gesto de desafío, pero Yoon no se dejó intimidar. La tensión aumentó cuando el hombre insinuó que tenía poder gracias a sus visitas privadas con familiares, pero Yoon lo cortó en seco, llevándose a los gemelos y advirtiendo al hombre, llamado Jeon, que no estaba tan en control como creía.

Una vez que estuvieron a solas, lejos del tumulto, Jungkook se dirigió a su compañero de celda, Minho, con una seriedad que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.

—Averigua quién es quién —Le dijo mientras se ponía una camiseta sin mangas, la mirada fija en un punto distante.

Minho, con una sonrisa burlona, preguntó: —¿Ya te caen mal? —Jungkook negó con calma, pero había un filo en su voz cuando respondió:

—No. Pero a pesar de que no nos conocemos... tenemos muchas cuentas pendientes.

La declaración quedó suspendida en el aire, llena de promesas siniestras, mientras la oscuridad de la prisión parecía cerrarse a su alrededor, envolviéndolos en el próximo capítulo de su silenciosa guerra.

HONEY┃HYUNJIN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora