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El día del homenaje a Haru amaneció con un sol brillante y un cielo despejado, un contraste cruel con el dolor que envolvía a todos los presentes. Era un día que en otras circunstancias Haru habría disfrutado, corriendo bajo el sol con una risa que llenaba el aire, pero hoy el calor y la luz parecían una burla a la tristeza que pesaba sobre sus padres. Lucas, con una expresión rígida y ojos cansados, se encontraba en la entrada de la casa, recibiendo a los vecinos que, con un pesar reflejado en sus rostros, habían venido a compartir el luto. Aunque sus palabras eran amables y sus manos firmes al estrechar las de los visitantes, su mente estaba a kilómetros de distancia, perdida en un torbellino de recuerdos y preguntas sin respuesta.

Mientras tanto, Cori se encontraba a unos pasos de la puerta, con los brazos cruzados y la mirada fija en un punto invisible en el horizonte. Cerró los ojos por un momento, sintiendo el calor del sol sobre su piel, un calor que solía disfrutar pero que ahora le parecía vacío. Era la primera vez en mucho tiempo que lo sentía, pues sus días y noches habían estado dominados por la preocupación constante por su hija. Pero ahora, bajo ese sol, el alivio que esperaba sentir no llegaba. En su lugar, una tristeza profunda la mantenía anclada en un doloroso presente, incapaz de escapar de la realidad de que Haru no estaba allí para compartir ese día radiante.

De repente, sintió unos pasos acercarse, pero no abrió los ojos ni se movió. Si fuera Lucas, pensó, la habría abrazado, compartiendo ese apoyo silencioso que ambos necesitaban. Pero la sensación en su pecho le decía que no era él. En cambio, una intuición le indicó que era Moonie, el investigador asignado al caso de su hija. Este, al llegar junto a ella, aclaró la garganta en un intento de captar su atención. Cori abrió los ojos lentamente, permitiendo que la luz del sol se filtrara a través de sus párpados, pero no se molestó en dirigirle la mirada. A pesar de ello, Moonie sabía que tenía su atención.

—¿Cuándo me entregarán el cuerpo de mi hija? —Preguntó Cori, su voz seca y directa, cortando el aire como un cuchillo. No había espacio para rodeos en su pregunta, solo la necesidad urgente de una respuesta.

—Señora Johnson... —Comenzó Moonie, intentando medir sus palabras, pero fue interrumpido con amabilidad.

—Puedes llamarme Cori, está bien —Dijo ella, su tono un poco más suave, pero aún cargado de la misma determinación.

—Cori —Corrigió Moonie, adaptando su tono —Necesitamos preparar el cuerpo de Haru para el funeral, y le recuerdo que aún lo necesitamos para la investigación.

Cori finalmente giró la cabeza para mirarlo, sus ojos encontrando los de Moonie, que reflejaban una tristeza que él mismo no podía ocultar.

—¿Finalmente me dirá qué le pasó? —Preguntó, con una mezcla de dolor y exigencia en su voz.

Era la pregunta que la había atormentado desde el momento en que su hija apareció muerta, y la mirada de Moonie, cargada de compasión pero sin respuestas definitivas, solo añadió más peso al dolor que ya la oprimía.

Moonie sabía que debía enfrentarse a una de las conversaciones más difíciles de su carrera, pero también entendía que era necesaria. El estado en el que habían encontrado el cuerpo de Haru era algo que cualquier madre, especialmente Cori, tendría que procesar con un dolor inimaginable. Sabía que compartir esos detalles en el lugar del homenaje, un espacio donde los recuerdos de Haru aún parecían vibrar con vida, podría destruir lo poco que quedaba de Cori. El peso de esa verdad lo aplastaba, pero también sabía que la verdad debía salir a la luz, por más cruda que fuera.

Con un suspiro, Moonie miró a Cori, esforzándose por mantener un equilibrio entre el profesionalismo que su trabajo le exigía y la calidez humana que la situación pedía a gritos. Su voz, aunque firme, intentó ser un bálsamo en medio de la tormenta.

HONEY┃HYUNJIN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora