Capítulo Cincuenta y ocho

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Paula caminaba por el predio de la AFA con paso lento, arrastrando sus valijas con la mirada perdida en el suelo. Regresar a Buenos Aires después de pasar unos días tan especiales en su ciudad natal resultaba especialmente difícil. La visita había sido reconfortante, rodeada de su familia, los paisajes familiares y los recuerdos de su infancia. Sin embargo, las charlas profundas con su madre habían avivado la nostalgia y la melancolía, dejándola con una mezcla de emociones contradictorias.

Mientras caminaba por los pasillos del predio buscando su habitación, iba recordando los momentos compartidos con su madre, su tía y sus primos en los últimos días. Una sonrisa cruzó su rostro al recordar las bromas de sus primos al verla llegar. Habían sido días llenos de risas, de historias compartidas alrededor de la mesa y muchos juegos. También había tenido la oportunidad de visitar a Estefanía y al resto de sus amigas, quienes no habían perdido la oportunidad de preguntarle si tenía el número de alguno de los jugadores disponibles.

Finalmente entró en su habitación empujando las valijas con un poco de dificultad y se dejó caer pesadamente en la cama, sin molestarse en cerrarla puerta. Cerró los ojos, tratando de recuperar un poco el buen ánimo que había tenido los últimos días, cuando de pronto escuchó una voz familiar en la puerta de su habitación.

— ¡Poly!

La morocha se incorporó de golpe, una sonrisa de sorpresa curvada en sus labios. Rodrigo, con toda su energía contagiosa, cruzó la habitación en un par de zancadas y tiró de ella para envolverla en un fuerte abrazo.

— ¡Llegó la fisio! —Gritó con emoción en su oído, dejándola aturdida por un momento— Que lindo verte morocha.

Paula sonrió en los brazos de su amigo; El peso de la nostalgia se aligeró en su pecho al sentir como Rodrigo la abrazaba con cariño. La tristeza que la había invadido antes fue reemplazada por un sentimiento de calidez en el pecho que le reconfortaba el alma. A veces le costaba medir sus emociones, regularlas en un punto medio; no todo era blanco o negro. Su vida no terminaba por estar lejos de su familia, así como no había terminado cuando se permitió sentir algo por Emiliano.

— ¿Qué haces paspado? —Preguntó la fisioterapeuta cuando se separaron— ¿Todo bien?

— Mas vale ¿Vos? —Le preguntó él, mirándola con seriedad— Me pareció ver una sonrisa tristona recién. ¿Qué anda pasando?

Por un momento, Paula consideró su respuesta, pero termino por encogerse de hombros, tratando de restarle importancia.

— La típica nostalgia de dejar a la familia, vos me entendés —explicó, frunciendo los labios.

— Si, es una cagada, siempre es difícil —Contestó Rodrigo, comprensivo, pasándole un brazo por los hombros— Pero acá también tenés una familia que te adora, tarada.

— Ya lo sé —Dijo ella, rodando los ojos— Y me pone contenta verlos a todos, pelotudo —Le sonrió, volviendo a abrazarlo fugazmente.

— Genial, porque los pibes están armando una partuza en el comedor —Le explicó el centrocampista con una sonrisa de oreja a oreja— vamos para allá, dale, que los que no tenemos el privilegio de jugar en la premier donde trabaja la señorita no te vemos hace meses

Ella negó con la cabeza, su sonrisa desvaneciéndose un poco. No había vuelvo a ver a Emiliano desde aquella tarde en la que habían conversado por fin, y ahora ya no tenía la excusa de estar con Mason para poner distancia entre ellos. Aunque en el pasado no hubiese sido muy efectivo, Paula estaba segura de que no quería volver a tener nada con Emiliano, pero todavía necesitaba aprender a manejar su calentura cuando lo veía, porque el arquero de la selección siempre sería su debilidad.

Dibujando estrellas - Emiliano Dibu MartinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora