CAPÍTULO 12

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Efectivamente, la Luna no era de miel...

—Ya llevamos una maldita semana aquí—la rubia se quejaba aburrida en la cama—y lo único que has hecho es salir a quien sabe donde sin mi, pero tampoco me dejas pisar fuera del hotel y aparte siempre me tienes controlada.

—Ya te lo he dicho, solo me he reunido con unos socios inversionistas y por eso no te llevo conmigo—explicaba el hombre, mientras masajeaba su cuello. El sofá no era nada cómodo después de todo—y si te llamo constantemente es solo para que no hagas una tontería.

La verdad es que nunca pensó que las compras cansarían algún día a la rubia y comenzara a notar su desinterés por las vacaciones.

La primera noche que llegaron, la mujer se reusó rotundamente a compartir la cama, aunque en ella cupiesen hasta cinco personas, lo que lo llevo a él a estar durmiendo en uno de los sofá de la sala para no hacer más grande sus indiferencias, pero la verdad es que ya no podía soportarlo más. Tampoco podía registrarse en otra habitación así como así.

—Dime la verdad, te juro que no me enojo—se enderezo en el colchón para  hablar mejor—Has estado teniendo sexo en secreto verdad—deducía con una mirada juguetona.

Terence había estado fingido no darse cuenta que en cada oportunidad, la rubia trataba de meterle a otra mujer por los ojos.

—Así es, ¿te nos quieres unir?—respondió con sarcasmo.

—Idiota—le lanzó una de las almohadas a la cara.

—Si en esta habitación uno de los dos se está muriendo por estar con otra persona, esa eres tú—acusaba devolviendo la almohada con menor fuerza—no creas que no he notado como te comes a los hombres con la mirada cuando vamos al restaurante.

—¿Y qué? ¿Ahora tampoco puedo ver?—rebatía devuelta con la almohada.

—Al menos has un esfuerzo por no verte tan descarada.

Huy no, la última palabra no le agradaba mucho a la mujer.

Poniéndose rápidamente de pie, la rubia tomó otra almohada y se abalanzo contra el hombre, colocándole la misma en el rostro. Haciendo un esfuerzo por ahogarlo.

—¡Maldito! si me vuelves a dejar sola, te juro por Dios que me iré a exhibir en biquini a la playa y seré tan descarada como sea posible con tanto hombre se me cruce en frente.

Lo había tomado desprevenido, la mujer ejercía tal fuerza que el hombre no podía mover la almohada fuera de su rostro, por lo que no tuvo más de otra que tomarla a ella por la cintura y ser él quién se abalanzara ahora, cambiando así de posición.

Cuando la rubia cayó en el mismo sofá, él se le montó encima y le sujeto firmemente las muñecas para que esta no tratase de hacer algo.

—¡Suéltame!

—¿Ahora quieres ser viuda?—posó las muñecas de la mujer sobre su cabeza, manteniendo el agarre con una sola mano, mientras que con la otra sujetaba su mentón para que volteara a verlo—¡No estoy haciendo nada malo, así que tú tampoco tienes porque hacerlo!

—¡Suéltame! No me interesa escucharte—luchaba por zafarse.

—Te soltaré cuando dejes de hacer una rabieta.

No podía más, era obvio que el hombre le ganaba por fuerza, así que le sería imposible volver a empujarlo. No tuvo más de otra que calmar sus impulsos y quedarse quieta esperando a ser soltada.

Mi vida a a tu lado [EN PROCESO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora