Capítulo 21

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—¿Estás enfadada?

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—¿Estás enfadada?

Niego con la cabeza.

—No estoy enfadada, solo molesta...

—¿Por qué? No pensé que traerte de compras fuera un problema.

Lo miro sorprendida.

—No me has hecho caso desde que salimos de casa, has estado todo el tiempo al teléfono...de nada me sirve que vengas conmigo si no me prestas atención.

Lo veo suspirar, llevándose los dedos al puente de la nariz.

—No soy una mujer florero, Dante —suspiro. —No esperes de mí que me comporte como la típica mujer de la familia.

—Sé que clase de mujer eres, pipiola, por eso me he casado contigo.

—No pido mucho sí quiero tenerte para mi sola, ¿no? Entiendo que tengas que atender el negocio, y eres un hombre muy ocupado pero... —me corta antes de seguir hablando.

—Mmm, ¿me quieres para ti sola? —sube una mano por mi muslo, bajo el vestido ligero que dejaron las modistas para el coctel de la boda, es primaveral y muy fresquito junto a unas sandalias a juego, es lo único que tenia para salir de casa.

Intento detenerlo pero es inútil, cuando se da cuenta de que no llevo ropa interior sus ojos se convierten en dos brasas candentes, lo noto apretar la mandíbula y su voz ronca me sorprende.

—¿Has estado todo este rato sin bragas?

—Si me hubieras hecho caso antes, te hubieras dado cuenta —le doy un golpecito en la mano, que juega peligrosamente con mi sexo.

El coche se detiene y me abren la puerta, pero Dante no me suelta, mete un dedo en mi vagina y yo tengo que morderme los labios para no gemir, lo saca y lo lleva a su boca, lamiéndolo. Me deja sin ser capaz de razonar un segundo, hasta que vuelvo a ser consciente de que tengo la puerta abierta y me bajo con el máximo decoro, pero me paralizo cuando recorro el lugar en un vistazo rápido.

—¿Por qué hemos venido aquí?

—¿Qué hay de malo? El club es mío, y la cocina es la mejor de la ciudad —lo veo rodear el vehículo, abrochándose la chaqueta del traje y acercándose peligrosamente a mi.

—¿El club de golf es tuyo? —lo miro con la boca abierta.

—No me provoques con esa boquita Patrizia, o voy a tener que meter algo en ella —me sujeta la barbilla con dos dedos mientras la cierro de golpe y una risa oscura nace de su garganta. —Vamos, tengo hambre.

Me ofrece su brazo, que no dudo en cogerlo y una tímida sonrisa me cubre el rostro, llamando su atención.

—Estoy celoso de que esa sonrisa no sea para mi —me susurra en el oído, provocándome oleadas de calor que mueren en mi entrepierna.

Secretos con el señor de la mafia (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora