Capítulo 22

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Como me dijeron, Dante me espera en el reservado, una terraza privada que se accede desde el restaurante

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Como me dijeron, Dante me espera en el reservado, una terraza privada que se accede desde el restaurante. Pero en el momento que lo veo, hablando por teléfono, apoyado en la barandilla y de espaldas a mí, con su traje recién planchado, hago lo mas estúpido del día, salgo corriendo hacia la salida.

—Por favor, dígale al señor Falcone que me encuentro indispuesta y me voy a casa —detengo al primer camarero que me cruzo antes de llegar al Hall del restaurante para que informe a mi esposo.

Camino deprisa, cruzando el arco de entrada y estoy haciéndole señas a nuestro chofer cuando un tirón de mi brazo me gira en el aire.

—¿En qué dirección te dije que tenías que correr, Patrizia? —cuando usa su tono de jefe de la mafia se me eriza la piel, calentándome la sangre. —¿Algo que contarme? —tira de mi cabello hacia atrás, levantando mi rostro y un jadeo escapa de mi garganta al ver sus ojos como dos esquirlas negras.

—Me siento indispuesta, quiero irme a casa.

—No me mientas, o tendré que castigarte...—pasa su pulgar por mi yugular y aprieta delicadamente mi cuello, haciendo que apriete los muslos instintivamente.

Recorre mi piel, ascendiendo hasta mi boca, hasta pasar su dedo por mis labios, deseosos de su atención, pero tras unos segundos eternos, se aleja un paso de mi cuerpo.

—Vamos, tenemos un invitado —su voz me saca del trance de su mirada, mientras agarra mi mano y tira de mi hacia la terraza privada.

Caminamos en silencio y me ofrece la silla cuando llegamos, como un auténtico caballero con modales y no como el gorila que acaba de arrastrarme por medio restaurante.

—¿Un invitado? —me atrevo hablar de nuevo, mientras lo observo quitarse la chaqueta del traje y sentarse enfrente de mi, la mesa es para dos personas pero podrían estar sentadas cuatro sin problemas, si alargo la mano puedo coger la suya, pero aun así, hay bastante distancia entre nosotros.

—Te he encargado los tortelinis de salmón, están realmente buenos —ignora mi pregunta, haciéndose el disimulado cogiendo una servilleta y colocándola en su regazo.

—Pensaba que íbamos a comer solos.

—Y yo que mi mujer no iba a volver a huir de mí.

Suspiro, dolida.

—Lo siento —evito su mirada, pero tras unos segundos en silencio, tengo el valor suficiente para buscar sus ojos, y ahí están, contemplándome en silencio. —Lo siento... —mi voz se rompe y una lagrima me escapa por la mejilla, pero vuelvo a evitar la intensidad de su mirada.

—A partir de ahora llevarás escolta.

—¿Qué? ¿Para que me vigilen? ¿Tan poco confías en mí?

—Yo no soy quien ha salido huyendo...pero no, no es para vigilarte, es por tu seguridad —vuelve a usar ese tono de jefe y tengo que apretar la servilleta con los dedos.

Secretos con el señor de la mafia (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora