Capítulo 28

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Son las cuatro de la mañana y Dante aún no ha regresado, no aguanto más tiempo en la cama, me siento como un tigre enjaulado

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Son las cuatro de la mañana y Dante aún no ha regresado, no aguanto más tiempo en la cama, me siento como un tigre enjaulado. Habíamos quedado a las nueve para cenar, pero Phillip vino a avisarme que había ocurrido un contratiempo y se cancelaba, confirmando que mi esposo se encontraba bien.

He intentado llamarlo varias veces pero su móvil no da señal, sigue apagado y a mi, me devora la ansiedad, no dejo de pensar y darle vueltas al timbre de hospital que escuche de fondo, pero por más que insistí en que Phillip me contara qué estaba pasando sólo me confirmó que mi marido se encontraba bien y pronto volvería a casa.

No tengo otra opción que esperarlo, pero aún no he cenado, ni tampoco comí nada al medio día y mi cuerpo empieza a revelarse por la falta de comida. Me resigno y bajo a la cocina, con un poco de suerte quedaran sobras en la nevera.

Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando bajo las escaleras descalza y en camisón, la casa está desierta a estas horas de la noche, aparte de los guardias patrullando en el exterior y algún ladrido de perro, no se oye ni una mosca.

Tras mucho rebuscar termino con un tazón de cereales con leche y camino al despacho de mi marido, pero en el último momento giro hacia la piscina, necesito aire fresco. Me siento en una tumbona junto al jacuzzi que burbujea sugerente y una idea pícara me cruza la mente, en todo este rato no he visto a nadie acercarse y me envalentona a devorar los cereales y caminar hasta el borde.

Me detengo cuando oigo unos pasos caminar detrás de mí, conozco esos andares, tan seguro de sí mismo, como si el mundo fuera suyo, y giro mi rostro para mirarlo por encima de mi hombro. Se detiene a unos metros, observándome en silencio.

Deslizo los tirantes del camisón por mis hombros, y dejo que caiga al suelo, quedando desnuda ante él. Una última mirada hacia atrás y puedo ver cómo aprieta la mandíbula al comprobar que no llevo nada más debajo del pijama.

Y antes de que vuelva a moverse, bajo los escalones del jacuzzi, sentándome al otro extremo con las burbujas flotando alrededor de mi cuerpo.

Mi marido sigue mirándome en silencio, con los ojos negros como la noche que nos rodea, y tras unos segundos se acerca, desabrochando los botones de su camisa, en una lenta agonía, sacándola por sus hombros, le sigue el cinturón de su pantalón, junto con el resto de prendas, quedando olvidadas a sus pies.

Recorro su cuerpo con los ojos, tiene manchas de sangre en el brazo pero no veo ninguna herida, y doy por hecho que la sangre no es suya, lo que sí me preocupa es un moretón en la zona izquierda de las costillas.

Baja desnudo los mismos escalones, y se queda sentado enfrente de mí.

—Esperaba que estuvieras en la cama —su voz suena agotada.

—No podía dormir.

—Tendré que poner solución a eso —me agarra el pie que flota cerca de su cuerpo y me chupa el dedo gordo, haciéndome gemir.

Secretos con el señor de la mafia (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora