Capítulo 29

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—Cariño, enséñame fotos del vestido, soy una ansiosa

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—Cariño, enséñame fotos del vestido, soy una ansiosa.

—No lo tengo aún, abuela.

—¿Cómo que no? —me mira como si me hubiesen salido monos en la cara —Es el evento más importante del año, y me dices que no tienes vestido, ¡el mismo día! —alza las manos, clamando al cielo.

—Lo siento, tengo mil cosas en la cabeza —me aprieto las sienes con las manos, está empezando a dolerme la cabeza, bueno, me duele desde hace días. —Tengo un conjunto que había pensado usar —la ropa que al final no llevé para la cena con Dante.

—¿Problemas?

—No, no te preocupes —durante un segundo me sorprende que mi abuela tenga tan buen ojo, a pesar de tener cataratas.

—Si me aceptas un consejo de esta vieja —alarga el brazo y me coge de la mano. —Los problemas se queden en la puerta Patrizia, no los dejes pasar a vuestro dormitorio.

—Es difícil —suspiro, apoyándome en el respaldo de la silla de la cafetería.

—Lo sé, pero yo viví cuarenta y cinco años con mi difunto marido, porque seguimos esa regla a rajatabla —le da un sorbo al café y traga despacio. —Él se encargaba del negocio y yo de la casa, y ninguno de los dos se entrometió en el otro.

Remuevo mi taza de café pensativa, la mañana ha amanecido tormentosa y los relámpagos del exterior nos asustan cada vez que oímos el trueno rasgar el aire.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Dime cariño —asiente mientras se lleva una galleta a la boca.

—¿Alguna vez? —dudo un segundo. —¿Oliste el perfume de otra mujer en la ropa de tu marido?

No puedo descifrar la mirada de mi abuela, dura solo unos segundos, pero agacha la cabeza con el dolor reflejado en su rostro.

—Mi niña, eso es algo que espero, jamás tengas que aguantar.

—Pero dime, ¿lo has vivido? ¿creíste que eran imaginaciones tuyas? —insisto cuando las lágrimas empiezan a juntarse en mis ojos.

—Si —suspira y se reclina en su silla. —Al principio no le di importancia, pero cada vez pasaba más y más, hasta que un día, encontré carmín en el cuello de su camisa. Cuando le hice frente me dijo que estaba loca, que eran imaginaciones mías.

—¿Y qué hiciste? —le pregunto con miedo en mi voz.

—Nada —levanta los hombros en señal de indiferencia. —¿Qué iba hacer? Tiré la camisa y actúe como si no hubiera visto nada.

—Pero.

—Pero nada, antes era otra época, yo no tenía manera de ganarme la vida fuera del matrimonio, solo podía apretar los dientes y disimular, tiraba cada camisa que olía a perfume de otra.

Secretos con el señor de la mafia (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora