Capítulo 16.

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Tres años antes.


Una medalla de plata.

Ese había sido nuestro premio tras tres semanas en Tokio. Un segundo puesto que, aunque nos sabía a poco, nos había ayudado a redimirnos por lo que había ocurrido un mes atrás en la Eurocopa.

Debía estar contento. Joder, había conseguido mi primera medalla olímpica con tan solo 18 años. Pocas personas más podían decir eso.

Sin embargo, tenía un nudo en el estómago que no me dejaba estar feliz. Mientras le miraba, sentía que el mundo se me venía encima.

Habíamos disputado la final de los Juegos el día anterior, tras lo cual habíamos ido a cenar con el equipo y los familiares que habían venido a vernos. El padre de Unai había ido a Tokio, al igual que mis padres y mi hermano. Era normal que esa última semana no nos hubiéramos visto tanto, pero desde hacía un par de días él había estado demasiado distante conmigo, y yo sabía que algo estaba ocurriendo. Por eso estábamos ahora aquí, sentados en el jardín trasero de la Villa Olímpica, mirándonos a los ojos mientras ninguno era capaz de decir nada. Quedaban dos horas para marcharnos al aeropuerto, y yo le había obligado a que hablara conmigo y me dijera de una vez qué cojones pasaba.

-Quiero que esto se acabe.-dijo tras unos minutos en silencio. Yo sentí cómo mi corazón se partía en dos.

-¿Q-ué?-de repente, no podía respirar.-¿Por qué?

Unai miró hacia el frente.

-Simplemente quiero que se acabe.-es la única explicación que dio.-No quiero seguir con esto.-tragó saliva.-Contigo.

Los oídos me pitaban y la vista se me estaba empezando a nublar por las lágrimas que querían salir.

-No lo entiendo.-dije con un hilo de voz.

Unai siguió sin mirarme, pero su rostro se endureció.

-No te pido que lo entiendas.-agachó la cabeza y clavó la vista en sus manos, que estaban en su regazo.-Solo que no insistas en que continuemos. No es lo que quiero.

Me quedé completamente mudo ante sus palabras mientras le observaba. Su expresión era de impasibilidad, pero no paraba de mover la pierna de arriba a abajo, y si algo había aprendido este último mes es que esa era una manía que tenía cuando se ponía nervioso.

Me acerqué a él y puse una mano en su rodilla. Él cesó el movimiento.

-No lo dices en serio.

Unai observó el lugar donde nuestras pieles se tocaban. Por un momento, dudó. Pero entonces negó con la cabeza y se puso en pie.

-No.-respondió.-Lo digo completamente en serio. Esto se ha terminado.

Acto seguido, se dio media vuelta para marcharse. Después de unos metros, cuando estaba a punto de desaparecer por la esquina, Unai se giró para mirarme por última vez.

Yo sentí como algo se rompía dentro de mi.

Sin saberlo, me estaba dejando completamente vacío por dentro. En sus manos, invisible a simple vista, estaba mi corazón.

Él se marchó, y hubo una parte de mí que nunca volvió.






En la miseria. Así me sentía cuando llegué a Canarias al día siguiente.

Durante todo el trayecto en avión, había tenido que fingir que estaba bien. Con mis padres, con mi hermano, con mis compañeros de equipo. Habían sido casi dieciséis horas de vuelo donde había tenido que luchar con todas mis fuerzas para que las lágrimas no salieran de mis ojos. Unai había estado sentado varios sitios más adelante, y cada vez que lo veía mi corazón se encogía. Él no me había mirado durante todo el trayecto y eso me dolía tanto que sentía que no podía respirar. Joder, hacía una semana estábamos felices, ¿y ahora me dejaba? ¿De la noche a la mañana? Ni siquiera me había dado una explicación lógica, y yo no paraba de estrujarme los sesos intentando encontrarla.

Para cuando llegué a casa, eran las dos de la mañana. Entre el jet lag y la tristeza que sentía, estaba tan agotado que me despedí rápido de mis padres y fui directo a mi habitación. Cerré la puerta y me tiré a la cama. Después de eso, me pasé toda la noche llorando.

Por la mañana, llamé a Júlia, le pedí que viniera a mi casa y le conté todo lo que había pasado en los últimos dos meses, tras lo cual volví a llorar aún más.

Para la hora de comer estaba tan agotado psicológicamente que me quedé durmiendo en el regazo de mi mejor amiga.

Lo que vino después de eso, fue oscuridad.

Y un año después, cuando nos encontramos para disputar el Mundial de Catar, todo fue aún peor.

La suerte de tenerte. Unai + PedriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora