Capítulo 14.

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Tres años antes.


Haber llegado a semifinales en mi primera Eurocopa era algo que hacía que se me aceleraran las pulsaciones de solo pensarlo. Joder, este mes se había pasado tan rápido... habían sido tantas emociones que sentía que había vivido más en estas últimas semanas que en mis dieciocho años de vida.

Cuando salimos al terreno de juego, el ruido en el estadio era ensordecedor. Una pequeña parte estaba llena de españoles coreando gritos de ánimo y yo sentía como un cosquilleo me recorría el cuerpo por la emoción. Estaba nervioso, sí, pero sobretodo estaba emocionado. Veía la final tan cerca que estaba deseando darlo todo para llegar hasta allí.

Mientras me colocaba en el campo, me giré durante un momento en dirección a la portería. Allí, Unai miraba al cielo. Había estado muy nervioso estos últimos días, a pesar de que hoy estábamos aquí gracias a los dos penaltis que había parado en el último partido. Supongo que haberlo hecho tan bien le hacía sentir que cualquier cosa que hiciera a partir de ahora no sería suficiente.

Volví a mirar hacia el frente cuando escuché al árbitro hablar en el centro del campo. Cogí aire y esta vez fui yo quien miró al cielo. Confiaba en mí y en el equipo, y no necesitaba nada más.

El partido fue bastante duro. Teníamos una posesión bastante buena, pero los italianos no se dejaban intimidar y luchaban todos los balones hasta el final. La primera parte pasó sin pena ni gloria, con un marcador a 0-0 que cada vez parecía más difícil de cambiar.

En el minuto 60, cuando sentía que mi cuerpo empezaba a agotarse, Italia metió un gol y todos despertamos de golpe. Hicimos un par de cambios, modificamos alguna posición y nos lanzamos al campo contrario con toda la fuerza que pudimos.

Veinte minutos después, Dani encajaba un gol en la portería contraria. Cuando vi el balón colarse hasta el fondo de la red, suspiré aliviado.

Aún había esperanza.

Al igual que los últimos dos partidos, llegamos hasta la prórroga. A pesar de nuestros intentos en la portería contraria, no conseguimos cambiar el empate del marcador.

Cuando el árbitro pitó el final, las manos me temblaban.

Luis Enrique nos reunió a todos para decidir quienes serían los encargados de tirar los penaltis. Yo no estaba incluido, claro, así que por una parte no sentía esa responsabilidad. Sin embargo, sí sentía cierta pena por Unai, cuyo rostro estaba desencajado.

Cuando el entrenador terminó y los jugadores empezaron a dispersarse, me acerqué a Unai y empecé a caminar a su lado.

-Te dije que nos llevarías a la semifinal, y sé que lo harás también a la final.-él me miró de reojo y vi un destello de agradecimiento en su mirada. Le puse una mano sobre el hombro y le apreté.-A por ello.

Unai se marchó hacia la portería y yo me quedé en el centro del campo con el resto del equipo. Estaba tan nervioso que no quería ni mirar.

Unos minutos después, Italia se proclamaba ganadora de la semifinal. Nuestra plantilla se quedó en absoluto silencio durante unos instantes.

De repente, todo se me vino encima. Me sentía tan impotente... había visto tan cerca la final, la copa, que ahora estaba completamente destrozado. Joder, había faltado tan poco para conseguirlo...

Me di la vuelta y me alejé unos metros, poniéndome de cuclillas sobre el campo. Me llevé las manos a la cara y empecé a llorar como un crío, sintiendo una rabia desmesurada en mi interior. Habíamos luchado mucho estas últimas semanas, y no era justo quedarnos a las puertas. No lo era, joder.

No sé cuánto tiempo estuve así cuando alguien se acercó a mí. Unai se agachó a mi lado y me obligó a mirarle.

-Lo has hecho de puta madre en todos los partidos.-me dijo mirándome a los ojos.-Has sido el mejor de nosotros.

Sollocé.

-No ha sido suficiente.

Unai apoyó su frente sobre la mía durante un instante.

-Habrá más oportunidades.-contestó él.-Es tu primera Eurocopa y has llegado hasta aquí. No todo el mundo puede decirlo.

Asentí, y aunque sabía que tenía razón, era incapaz de dejar de sentirme así. Era frustrante saber que lo había dado todo y aún así no había sido suficiente.

Unai me agarró de las manos y se puso en pie, tirando de mí hacia arriba. Me rodeó con los brazos y puso una de sus manos en mi nuca, acercando su cara a mi cabeza. De repente, dejé de escuchar al público, los gritos de euforia de los italianos y al fotógrafo que nos tomaba instantáneas a unos metros de distancia. En ese preciso instante, éramos solo Unai y yo, y para mí eso era suficiente.

Si alguien me hubiera dicho que un mes después me rompería el corazón en pedazos, nunca me lo hubiera creído.

La suerte de tenerte. Unai + PedriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora