Capítulo 17.

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Dos años antes.


Elisabeth Kübler-Ross dijo una vez que un proceso de duelo tiene cinco etapas.

Negación.
Ira.
Negociación.
Depresión.
Aceptación.

Había pasado más de un año desde que Unai había roto conmigo y, sin duda, yo me encontraba en la segunda fase.

Nos habíamos visto en los partidos de liga y más tarde en los entrenamientos de la selección previos al Mundial, y yo siempre había tenido que luchar contra la oleada de rabia que sentía cada vez que le tenía cerca. No soportaba mirarle y mucho menos saber que estábamos en el mismo equipo y que nuestros objetivos eran compartidos. Por eso, cada día se me hacía más complicado estar cerca de él.

Unai, por su parte, me ignoraba y hacía lo posible por tener el mínimo contacto conmigo. En parte lo agradecía, pues si hubiera intentado recuperar la amistad previa que teníamos, seguramente me habría hecho demasiadas ilusiones. Pero no podía evitar que me hirviera la sangre al ver que él era el que me ignoraba a mi, cuando debería ser al revés. Él era el que se había comportado como un capullo y el que me había roto el corazón, así que habría tenido que ser yo el que le hiciera el vacío.

Tuve que prepararme mucho psicológicamente para poder estar en el Mundial de Catar, pues saber que volvería a convivir con él durante varias semanas se me hacía insoportable. Pedí la habitación de hotel más alejada de la suya y me pasé todos los entrenamientos tratando de mantener la mayor distancia posible.

Para ser sincero, el campeonato fue bastante duro. A pesar de que empezamos ganando por siete a cero a Costa Rica, los alemanes nos hicieron frente en el segundo partido y acabamos con un empate a uno. Eso debería habernos dado fuerzas para el tercer partido, pero ocurrió todo lo contrario y acabamos perdiendo dos a uno contra Japón. Por ello, cuando llegamos a octavos, la tensión en el equipo era evidente.

El partido contra los marroquíes fue dificil de cojones. Se cerraron en defensa durante todo el encuentro y fue imposible entrar en el área contraria. A pesar de lo mucho que luchamos, no pudimos encajar ningún gol, por lo que acabamos yendo a la prórroga y, más tarde, a penaltis.

Nadie estaba más sorprendido que nosotros mismos cuando el árbitro pitó el final. Los marroquíes nos habían encajado tres goles, pero nuestro marcador se había quedado a cero. Un golpe de Sarabia al palo y dos paradas de su portero fueron suficientes para hacernos caer. Unai paró un gol, pero no pudo evitar los otros tres.

Nos quedamos bastante chafados en el campo mientras el equipo contrario celebraba la victoria con su afición. Nuestra participación en el torneo había sido excesivamente corta y los resultados no reflejaban el nivel que había tenido esta plantilla durante los dos últimos años. Por ello, no podía evitar sentir frustración ante la situación.

Y esa frustración se transformó en ira cuando, a punto de meterme al túnel de vestuario, vi a Unai acercarse a una parte de la grada. Allí, su padre aguardaba junto a una chica rubia que yo no había visto nunca, pero que miraba con compasión al portero del equipo. Me detuve a medio camino, expectante. Y entonces pasó lo que menos esperaba: Unai se plantó delante de ella y la besó.

En ese momento debería haber sentido tristeza. Sin embargo, lo único que ocurrió es que mi ira se multiplicó por cien.

Cerrando los puños a ambos lados de mi cuerpo, me dirigí al vestuario como un rayo. Cuando entré, aún no había nadie, así que agarré todas mis cosas y las metí en el macuto, dispuesto a marcharme de allí. Pero antes de que pudiera hacerlo, el resto de la plantilla empezó a llegar.

-¿Qué haces?-preguntó Gavi cuando me vio guardar los zapatos con fuerza en la bolsa. No le respondí, y cuando terminé cerré la cremallera y me la eché al hombro.-¿A dónde vas?

Mi enfado se habría quedado ahí de no ser porque, justo cuando salía por la puerta, alguien me chocó y me hizo trastabillar. Cuando levanté la cabeza y vi a Unai delante de mí, sentí como mi cuerpo se encendía.

-¿Qué coño haces?-pregunté rabioso mientras me colocaba la banda del macuto.-Joder, mira por dónde vas.

Unai parpadeó en mi dirección.

-¿Yo? Igual tú deberías no ir como un puto loco.

Las voces del vestuario fueron bajando de intensidad.

-Y tú deberías retirarte del fútbol antes de que nos hagas perder más partidos, joder.

Se hizo el silencio a nuestro alrededor y en los ojos de Unai vi reflejado el dolor. Pero estaba tan enfadado que era incapaz de sentir una pizca de compasión.

-¿Qué has dicho?-preguntó irguiéndose y dando un paso hacia mi. Yo saqué pecho, mostrándole que no me iba a dejar intimidar.

-Lo que has oído.-respondí. Antes de que me diera cuenta, me agarró de la camiseta y me empujó contra la pared.

-Eres un puto niñato.-me dijo aprisionándome. Hace un año, su cercanía que habría hecho temblar. Ahora solo quería tenerle lo más lejos posible.

-Y tú eres un puto gilipollas.-le dije yo empujándole en el pecho. Nos quedamos en silencio durante un momento, y justo cuando me lancé contra él, unas brazos me rodearon desde atrás, levantándome en el aire.

-¡Suéltame!-exclamé fuera de mí.-Te voy a partir la cara, joder.

-¡Inténtalo!-chilló Unai, que hizo el amago de acercarse, pero tuvo que ver cómo Iñaki le agarraba del brazo y tiraba de él hacia atrás.

Mientras tanto, alguien me sacaba del vestuario. Cuando me soltó en mitad del pasillo, me giré y Gavi me estaba mirando con una expresión de incredulidad.

-¿Se puede saber qué coño te pasa?-preguntó con los ojos muy abiertos.-¿Qué mosca te ha picado para hablarle así a alguien que no te ha hecho nada?

Mi pecho subía y bajaba con rapidez mientras le miraba. Gavi tenía los brazos cruzados en el pecho y los ojos clavados en los míos.

-No tienes ni idea.-le dije sintiendo como toda la adrenalina salía de mi cuerpo. De repente, la ira estaba desapareciendo, dando espacio a la desolación.

-Pues cuéntamelo.-se acercó a mí.-Dime por qué te has puesto como un puto energúmeno de repente, porque no creo que sea por haber perdido este partido de mierda.

Yo traté de recuperar el aire que de repente me faltaba. A pesar de que me prometí no contárselo a nadie más, me sentía tan derrotado en ese momento que acabé confesándole a Gavi todo lo que había ocurrido con Unai el verano anterior.
Así fue como mi mejor amigo se enteró de que tenía el corazón roto desde hacía más de un año.

No volví a saber nada de Unai hasta casi dos años después, cuando nos encontramos en el pasillo de la segunda planta de Las Rozas antes de la cena del equipo previa a la Eurocopa de Alemania.

La suerte de tenerte. Unai + PedriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora