Capítulo 171 ~ La habitación del cuarto piso

527 40 4
                                    

La conversación con su hermanastra hizo que la mente de Maxi, ya de por sí aturdida, entrara en un torbellino y empezara a cuestionarse sus sentimientos. En retrospectiva, todo era objeto de duda.

¿Por qué había estado tan obsesionada con Riftan? ¿Qué la había vuelto tan irracional? En poco más de un año, él había sacudido su vida hasta la médula, le había dado ganas de vivir y luego le había chupado toda la vitalidad. Él se había convertido en su razón para vivir. Pero, ¿era normal? Era posible que le hubiera seguido ciegamente como un patito recién nacido a su madre.

En el momento en que la incertidumbre se apoderaba de ella, incluso las cosas que creía claras se volvían confusas, y le resultaba imposible desenredar los hilos enmarañados de su corazón.

Después de volver al punto de partida, lo recordaba todo — sus momentos en Anatol, la campaña, sus calvarios en la guerra — y se preguntaba si eran reales o una distorsión de la mente. La duda que había arraigado en la boca de su estómago crecía día a día hasta que amenazó con salirle por la garganta.

— Mi señora, ¿por qué no da un pequeño paseo? Hoy no hay viento y hace sol en el jardín.

Maxi levantó la cabeza. Estaba sumida en sus pensamientos cuando su niñera le hizo la sugerencia.

Joana descorrió la gruesa cortina, dejando entrar la dura luz plateada del sol. Era la única hora de la mañana en que su habitación recibía el sol. Tras contemplar brevemente el deslumbrante día otoñal, Maxi se apartó desganadamente de la ventana.

— Yo... n-no tengo ganas de salir.

— ¿Sabe lo pálida que está, mi señora? Acabará como un cadáver si no toma el sol. Por favor, disfrute del aire fresco en días como este. Si sigue consumiéndose, su marido no la llevará con él cuando venga.

El último comentario de su niñera despertó por fin a Maxi de la cama. Aunque no estaba segura de sus sentimientos, Riftan seguía siendo la motivación de todas sus acciones.

Maxi había adelgazado en las últimas semanas y se puso una bata sobre el vestido, que ahora le quedaba demasiado grande. Joana la ayudó a salir de su habitación.

En el anexo reinaba un silencio sepulcral. En el vasto y opulento edificio no había nadie, salvo un puñado de sirvientas y guardias que el duque había destinado para vigilar a Maxi, pero incluso ellos eran difíciles de encontrar a menos que ella los buscara deliberadamente.

Los sirvientes llamaban a este lugar la casa del exilio. Durante años, el duque había confinado en esta residencia a las mujeres Croyso que consideraba incompetentes para mantenerlas fuera de su vista. Maxi bajó la fría escalera y salió al patio atestado de hojas caídas. La hiedra roja enredada en las paredes brillaba blanca al sol, y los arbustos de hoja siempre verde susurraban con la brisa.

Caminando por el macizo de flores, Maxi contempló con la mirada perdida la vegetación seca. Algunos pájaros saltaban entre ella, picoteando semillas imaginarias. Su ociosa observación se vio interrumpida cuando se percató del ajetreo de los soldados en el camino que conducía al castillo principal.

Era un espectáculo desconcertante. Ni una sola hormiga se había acercado a esa hora al anexo. Maxi se preguntaba si habría ocurrido algo cuando uno de los guardias la vio y se acercó.

— No puede estar fuera, mi señora. El duque ha ordenado que permanezca en el anexo.

El rostro de Maxi se sonrojó ante la actitud del guardia. Aunque le habían dejado claro que tenía prohibida la entrada al castillo principal, ¿no le habían permitido hasta ahora pasear por el jardín o visitar la biblioteca?

Debajo del Roble ~ Libro 05Donde viven las historias. Descúbrelo ahora