Capítulo 04 ~ Una corona para tí

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La herrería estaba llena de actividad a pesar de lo temprano que era. Riftan estaba desconcertado; el lugar parecía mucho más concurrido que de costumbre. Uno de los herreros levantó la vista de la losa que estaba martilleando cuando Riftan entró.

— ¿Por fin te has decidido a aparecer? — El hombre le echó un vistazo con sus ojos brillantes y arrugó el entrecejo con desaprobación —. Tienes buen aspecto para haber estado postrado en cama.

— Vine enseguida esta mañana.

El herrero resopló con fuerza.

— No nos interesan los débiles.

Riftan se tragó la réplica que tenía en la punta de la lengua. Aunque había salido del lecho de enfermo, acababa de recuperarse. No quería que le golpearan en la cabeza cuando aún le palpitaba. El herrero lo fulminó con la mirada antes de señalar una montaña de sacos apilados contra la pared.

— Estamos muy ocupados con los caballeros reales que llegaron anoche. Esta vez te voy a dejar escapar. Pero no te equivoques, si no estuviéramos tan cortos de personal, te estaría echando ahora mismo.

Qué generoso de tu parte.

Riftan se burló interiormente antes de volver a sus tareas. Fiel a las palabras del herrero, había una montaña de trabajo por hacer. Había que reparar armaduras, espadas, mazas de hierro, hachas, lanzas y escudos, y cumplir un pedido de cientos de puntas de flecha.

Al caos se sumaba el increíble ruido del martilleo de cientos de herraduras. Había que colocarlas en los corceles militares de las legiones. La herrería estaba tan abarrotada que los herreros, que hasta entonces sólo habían encomendado a Riftan tareas serviles, por fin le asignaron sus primeros trabajos de forja.

— Ya sabes hacer una herradura, ¿verdad? Llevas aquí meses. Te daré una muestra para asegurarme de que no lo arruines.

Increíble.

El hombre prácticamente no le había enseñado nada. Haciendo a un lado su incredulidad, Riftan comenzó a golpear el hierro sin protestar. Daba la casualidad de que conocía los pasos gracias a que siempre que podía se asomaba por encima de los hombros de los herreros.

Después de calentar el hierro en el carbón ardiente, empezó a darle forma con un martillo. Sin embargo, saber a través de la observación y fabricarlo uno mismo eran cosas totalmente distintas. Dar forma al hierro resultó ser más difícil de lo que pensaba. Tras innumerables pruebas y errores, consiguió cuatro herraduras.

El herrero examinó su tamaño, espesor y solidez antes de echarlas al cesto de los objetos terminados. Eso significaba que había aprobado. Con eso, Riftan era libre de empezar a fabricar

Apenas recuperado del veneno, martillear hasta quedar empapado y con el hombro quemado era poco menos que un infierno. Aun así, Riftan continuó. Sabía que cualquier descuido por su parte daría al herrero una excusa para soltar otra diatriba.

Cuando por fin consiguió llenar la cesta de herraduras, se las echó al hombro y se dirigió a los establos. El camino le llevó a través del bosque, donde el anexo del castillo apareció a la vista. Sus pasos se hicieron más lentos. El impulso era demasiado fuerte y se encontró caminando en dirección al edificio.

Tomar un camino tan indirecto mientras transportaba una cesta de metal pesado le parecía una tontería, pero tenía que comprobar por sí mismo que la niña estaba bien. Aminoró la marcha al acercarse al anexo y observó cuidadosamente el jardín. La niña estaba agachada delante de un lecho de flores, rascando la tierra con una ramita.

El alivio que sintió al verla bien duró poco. Se le encogió el corazón al ver sus ojos grises, pálidos y abatidos. ¿Es posible que estuviera esperando a que volviera su perro? Sus ojos redondos miraron a su alrededor antes de volver a clavarse en la tierra. Riftan la observó varias veces antes de pasar a toda velocidad.

Debajo del roble ~ Libro 06 [Riftan] Historia paralelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora