Capítulo 14

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Betty estaba tirada en el sofá de la sala de su apartamento, hacia unos días había vuelto del hospital y obligada, por Aura María, Beata y Marcela, había decidido tomarse unos días del trabajo.

Tenía el celular explotado de mensajes, dónde se veía el amor y el apoyo de las personas que rodeaban su vida. Hasta don Hugo la había llamado, varias veces al día, para saber de su estado, e infomarle que no dudara en avisar si necesitaba algo, él saldría volando a complacerla. Podría decirse que estaba de ututuy y súper bombi.

Quién no había hecho acto de presencia era él, Daniel Felipe Valencia. Había buscado la forma de cruzarselo por el pasillo o el ascensor, sin suerte. Las palabras de Marcela habían absorbido hasta las últimas de sus neuronas, y estaba segura de dar el paso que quería dar para encaminar todo ese torbellino que había llevado a ambos a estar parados donde estaban.

Sabía, a ciencia cierta, que aún restaban cosas por sanar para disfrutar al cien por ciento del amor que sabía que iban a compartir. Pero eso no la detenía en su determinación de querer darse una oportunidad y, nada más y nada menos que, con Daniel Valencia.

Por eso y muchas cosas, grande fue su sorpresa ese sábado, cuando luego de escuchar sonar el timbre, insistentemente en su apartamento, al abrir la puerta, Daniel Valencia ocupaba el umbral con todo su esplendor.

Se veía cansado. Su cabello castaño claro estaba desordenado, con algunos mechones cayendole sobre la frente, su rostro mostraba signos de querer dejar crecer su barba y sus ojos, ese color olivo que tanto la hipnotizaba, denotaban cansancio y dolor. Pero con un atisbo de determinación muy en el fondo.

- No fue fácil - habló él luego de un minuto en silencio.
- Lo sé - dijo ella, haciéndose a un lado e invitándolo a pasar.

Esa charla pospuesta, que se había truncado por haberse comportado como críos, estaba a punto de suceder. Y, con el corazón bombeando a mil, se enfrentaron a la realidad de su destino.

{.....}

Beatriz había preparado dos té de menta con limón para ambos. El vapor con perfume a menta ayudaría a calmarse y poner en orden las ideas para que fluyan con naturalidad y puedan abrir sus corazones.

Al estar a punto de sentarse, su celular comenzó a sonar. Al leer la pantalla, vio que era su padre, don Hermes Pinzón Galarza. Tenía que contestar. Sino, no dejaría de llamar y apagar el celular no era una opción, porque seguro lo tendría en la puerta en ese mismo instante. Se disculpó con Daniel, indicándole que debía contestar sí o sí, y se encerró en su habitación. Sus padres no sabían de la sobredosis que había sufrido, Betty les había dicho que había tenido un colapso mental y físico a causa del estrés, tan alejado de la realidad no estaba.

Daniel, al verse solo, comenzó a recorrer el lugar con la mirada. Deteniéndose en una fotografía, sobre un modular, dónde se veía a una Beatriz recién graduada, con su diploma en la mano y rodeada por los tres miembros de su familia. Sonrientes y felices, por el gran logro que la menor del clan, había conseguido. Y no era para menos. Se acercó, tomó la fotografía en sus manos y sonrió mientras la tocaba suavemente con sus dedos. ¿Quién iba a pensar, que esa chica con frenillos, ropa del mil ochocientos, con capul y lentes antiguos lo tendría de las narices? Su cerebro lo fascinaba, pero su sonrisa y mirada lo habían cautivado desde mucho antes de su cambio de look. Lo entendía y lo aceptaba.

Cuando colocó el marco sobre el estante donde estaba, se dió cuenta que uno de los cajones estaba mal cerrado. En su constante lucha, por ser perfeccionista, decidió empujarlo. Pero un cuaderno floreado de muchos colores despertó su curiosidad. Miró para el lado donde había desaparecido Beatriz, evitando poder ser descubierto en su travesura, y tomó el objeto entre sus manos, provocando que un papel doblado cayera al suelo.

Sanar para que haya un NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora