Especial VI

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En la oscuridad de su departamento, lleno de botellas de alcohol vacías y copas sucias y rotas, se encontraba el menor de los Mendoza. Sumido en sus pensamientos distorsionados de la realidad.

No era posible que ella siguiera adelante así sin más. ¿Cómo, Betty, había sido capaz de enfrentarlo de esa manera? De decirle todas esas cosas... Encima, apretando la mano de Daniel Valencia.

No soportaba más esa situación. Él había prometido seguir adelante. Pero, desde que supo que Betty había estado internada por estrés extremo que casi apaga su sistema nervioso. Empezó a tener ridículas esperanzas. Porque creía que, seguro, había sido porque lo extrañaba, Betty debia estar extrañando sus besos, sus abrazos, su compañía. Creía darse cuenta, a su manera, que así como no estaba siendo fácil para él, tampoco lo estaba siendo para ella.

Tan sumido en su propio mundo estaba que no se dió cuenta que Marcela había llegado. Le extendió el juego de llaves que ella tenía de su apartamento y le pidió el juego del apartamento de ella.

- Tenemos que hablar.- le pidió la Valencia del medio y se cruzó de brazos. - En estos últimos días, me he dado cuenta de muchas cosas.

- Marcela, no tengo tiempo ni ganas para esto. - habló Armando fingiendo un dolor de cabeza.

- Bien.- dijo ella con más ánimo.- Te lo diré corto y conciso entonces. Terminamos. Hasta acá. Fin. Sé que no vas a ir tras de mi y no vas a querer recomponer está relación a menos que sea para cumplir algún estúpido objetivo tuyo. Así que.. Bueno. Te perdono y me perdono por los estúpidos que fuimos y las estupideces que hicimos. De ahora en más, separamos caminos. Quiero disfrutar la vida. Y a tu lado, Armando, eso va a ser imposible.

Marcela se puso al hombro el bolso. Caminó a la puerta. La abrió y la cerró con delicadeza. Salió por el pasillo, el cual caminó con calma. Bajó por el ascensor, tarareando una de sus canciones favoritas y, al llegar al recibidor, pidió al guardia de seguridad que la dejara salir a la calle. Agradeciéndole después de eso.

Cuando el viento golpeó su rostro, respiró profundo. Era tiempo de seguir, había quedado mucho tiempo estancada en un mismo lugar y se había vuelto apesadumbrada, tóxica e insoportable. Era momento de volver a ser la Marcela Valencia que era. La que siempre tendría que haber seguido siendo. Se le cruzaron por la mente unos ojos azules, sintió la nostalgia del momento, pero juro sanar primero y, quizás, ir a buscarlos.

Leyó un mensaje de su hermano Daniel y supo que había empezado a ir por el camino correcto. Si Daniel habia empezado a ser feliz esa noche, ella también iba a poder.

{.....}

Armando Mendoza tomó las llaves y salió. Al llegar al subsuelo, abrió el auto a la distancia y al llegar a él se subió rápidamente.

Su cabeza estaba explotando. Betty lo había rechazado, Marcela lo había dejado. Seguro se quedaría solo y tirado por ahí.

Los pensamientos invadieron su mente en manada, Marcela no le importaba tanto. Sabía que ese quiebre se iba a dar tarde o temprano. No tenía mucha razón de ser. Se sintió libre. En ese momento podía visualizar un futuro junto a Beatriz Pinzón Solano. Ella ya no podría darle esa excusa, porque ya no existía.

No iría a un bar a festejar. Iría al lugar donde todo había empezado. Dónde ese amor de dos había hechado fruto. Ecomoda.

Llegando, sacó la cabeza por la ventana, mostrándose frente al guardia de seguridad. Quien abrió las puertas de camino al subsuelo para que él pudiese guardar su auto allí e hiciera lo que quisiera.

Varios minutos después haber llegado, fue recorriendo cada rincón. Era increíble que en cada lugar de ese edificio, tuviese un recuerdo con ella, con Betty, su Betty. Cómo habían pasado tantos meses desde eso. El aire se sentía distinto.

Terminó su recorrido en producción. Recorrió cada pasillo entre las filas de máquinas. Tocando de vez en cuando una que otra mesa o una que otra tela.

Conocía ese lugar como la palma de su mano. Desde el vientre de su madre hasta ese momento. Conocía el aire, el perfume, el tacto, la vista. Todo.

Caminaba de vuelta al ascensor cuando se dió cuenta que una de las máquinas grandes estaba perdiendo aceite. No era raro que pasara, lo raro era que lo hiciera un sábado a la noche. Ya que los viernes, antes de retirarse, le hacían mantenimiento.

Fue al cuarto de limpieza del piso de producción. Agarró una mopa absorbente y fue a limpiar, aunque fuese poco. Así no se encontraban el lunes con un charco de aceite.

Tan embalado volvía para hacer su tarea que no se dió cuenta de un gancho en el piso, tanto que conocía ese lugar, cayó de frente al suelo. No sé golpeó casi ninguna parte del cuerpo.

Al levantarse, empezaron los problemas. Cuando se levantó, fue a prender más luces. Cuando prendió la que estaba ubicada sobre la gran máquina, se quemó la lámpara y largó chispas enormes. Logrando una de ellas llegar al aceite y al hacer contacto, convertirse en fuego.

Desesperado pero tieso. Atinó a llamar al guardia de seguridad, dando la orden que llamara a emergencias.

Llamó a Beatriz, la cabeza de la compañía, pero no contestó. Nunca lo hacía. Seguro lo tenía bloqueado o estaba durmiendo plácidamente en su cama.

Llamó a Marcela, quien al escuchar su voz casi cortó. Así que le dijo lo que estaba pasando sin rodeos. La pelinegra salió volando a Ecomoda cuando le dijo lo del incendio.

Cuando llegaron las emergencias y casi todos los ejecutivos. Llamaron de uno en uno a Beatriz y a Daniel. Debían estar ahí. A pesar de ser domingo. Debían encontrar una solución.

Nadie le cuestionó por qué estaba ahí primero. Tampoco dió explicaciones. Sólo se limitó a acompañar. Algo se le ocurriría si lo descubrían. Tal vez borrachera y cigarros. Era mejor decir eso que decir que estaba limpiando y prendió la luz. Eso era ridículo. Era más creíble que estuviese ebrio y fumando que estuviese limpiando y prendiendo luces.

Al llegar Beata, comunicó que ella encontraría a su hermano y a Beatriz. Ella sabía exactamente dónde encontrarlos. Marcela la miró y se dió cuenta al segundo de donde estaban esos dos. Era por eso que Daniel le había mandado ese mensaje la noche anterior:

"Hermana. Gracias. Hablamos y nos entendimos. Todo va a estar bien entre nosotros a partir de ahora. Te deseo lo mejor para ti. Te quiero."

' Y cómo se entendieron', pensó Marcela. Esos dos ejecutivos debían estar concentrados en cosas más importantes para ellos, como para querer preocuparse por un incendio en la empresa que ambos detestaban. Pero una era la principal ejecutiva de la firma y el otro, accionista mayoritario. Así que era su obligación estar ahí.

Mientras todo pasaba, Beatriz gritaba el nombre de Daniel como si se le fuese la vida en ello. Olvidando cómo, cuándo y dónde se habían conocido.

Daniel, por su lado, sabía que no iba a tocar a otra mujer de la forma que la tocaba a ella. Porque él le pertenecía a ese cuerpo.

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Wenas, Wenas...

La noche del incendio. No pedida pero necesaria.

Marcela y los ojos azules. Mjm...

Mientras el caos de Armando se desataba, los tórtolos batallaban. Que ironía.

Gracias por el apoyo.🌻.

Disfruten su momento de relax.

Saludos a todos. 🫰🏻🫰🏻🫰🏻.

Sanar para que haya un NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora