Capítulo 24

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Sentía una sensación de pesadez sobre sus párpados, como si una fuerza exterior le impidiera abrirlos para captar mejor su alrededor.

Lo extraño era que se sentía en un sueño, como si su mente hubiese creado ese espacio en el que se encontraba para mantenerlo tranquilo y alejado de su realidad.

Su cerebro envío la orden de mover los dedos de ambas manos, para corrobar que aún tenía el control absoluto de las extremidades y, sin poder creerlo, logró hacerlo. Eso daba a entender que sus ojos no se abrían, porque algo fuera de su control, se lo impedía. Pero, ¿qué era?

Con el correr del tiempo, cayó en cuenta que sus oídos no detectaban sonido alguno, al igual que su nariz no olía nada y su tacto no podía tocar siquiera el aire. Sus sentidos estaban fuera de juego y eso más que preocuparlo, lo confundía.

No sabía si estaba recostado o en pie, no distinguía nada. Era como si estuviera en un agujero negro, sin tener el control de cualquiera de sus sentidos. Y, en esa inconsciencia, como él la llamaba, se empezó a sentir inseguro y desprovisto de herramientas para defenderse.

Con los ojos cerrados y la mente en silencio, como nunca antes había estado. Sin sus sentidos funcionando, pero con el alma despierta. Esperó. Alguien, en algún momento, vendría por él.

{.....}

- Daniel... Daniel...- escuchó un susurro suave, causándole un sobresalto que lo hizo sentir el palpitar de su corazón.

Esa voz, tan melodiosa y serena, lo transportaba a un lugar seguro y en calma. Pero no era posible que la persona, dueña de esa voz, lo llamara. Por eso, con sus sentidos de a poco despertando, siguió esperando.

- Daniel...- volvió a oír la voz un poco más clara, como una brisa de verano golpeando su rostro en un día caluroso. Y sus inseguridades empezaron, de a poco, a desaparecer.

- ¿Mamá?- contestó al fin, con la voz temblorosa de un niño que, perdido, había estado esperando que lo encontrarán.

- Daniel, mi amor.- habló la voz, que lentamente fue materializandose...

Sus ojos lograron abrirse con cautela y pudo ver cómo una hermosa mujer castaña de ojos verde olivo, parecidos a los suyos, por no decir idénticos, se acercaba a él, lentamente y con una sonrisa, haciendo que la oscuridad huyera de ella como un ladrón que se habia adueñado de lo ajeno.

Al mismo tiempo, Daniel la miraba embelesado. Admirando lo firme de su caminar y la seguridad que transmitía. Quería hablar, contarle tantas cosas... Pero las palabras atascadas en su mente, no salían por su boca.

Cuando llegó a estar a unos centímetros de él, su madre lo observó por unos segundos. Transmitiéndole seguridad y amor. Eso que tanto había necesitado de ella con el correr de los años que no la tuvo. Y, cuando su madre le acomodó un mechón que caía por su frente y dejó su mano en la mejilla de él, el perfume que desprendía su alma, lo hizo viajar a sus recuerdos de una pelinegra. 'Amo tu perfume', pensó. El jazmín natural de la primavera.

- Mi niño- habló ella pausadamente y con cariño.- ¿Qué haces aquí tan pronto?-

- No lo sé, mamá - contestó él, resguardándose en el suave tacto de su madre y cerrando los ojos. Tanto había extrañado esa sensación.- Pero si estás tú, quiero quedarme.

Sanar para que haya un NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora