Capítulo 32

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Michel Doinel, el francés rubio de ojos azules, no sólo era un chef respetado y reconocido. También, tenía sus negocios en el bajo mundo.

No por casualidad había terminado ahí, sino por herencia. Su padre, un reconocido 'Don', lo había criado y formado en ese mundo que, sutilmente, coqueteaba con la ilegalidad. Llevándolo a ver y hacer cosas de las cuales no se sentía orgulloso, pero que eran necesarias para sobrevivir.

Dentro de ese mundo, conoció a un joven casi de su misma edad, con quién entabló una amistad con el correr de los años, pero que, al llegar a la adultez y viendo que sus caminos debían diferir el recorrido, decidieron separarse para vivir de manera diferente la vida.

Él, como ya dijimos, se convirtió en un chef con varias estrellas Michelin en su haber y, su amigo, se convirtió en funcionario gubernamental, queriendo cambiar después para convertirse en presidente de la empresa dónde su familia era accionista mayoritaria. Su amigo era, ni más ni menos, que Daniel Valencia.

Nadie sabía de su amistad y nadie sabía del bajo mundo en el que se habían conocido. Jamás a nadie se le hubiese pasado por la cabeza semejante historia de vida. Porque, como ellos actuaban como extraños cada vez que se veían, eso era imposible.

Tuvieron un cruce de palabras al ver que estaban interesados en la misma mujer, pero Michel decidió dejar vía libre para que su amigo, casi hermano, fuera feliz. No le costaba nada.

Si bien habían seguido manejando y teniendo noticias del 'negocio', no se habían adentrado mucho en los últimos años. Eso no quería decir que no supieran cómo moverse y a quién llamar para sacar la basura cuando fuese necesario...

{.....}

Cuando la muerte hecha hombre piso el interior del galpón, el aire se oscureció. El perfume del viento olía a sangre y hierro, como si estuviese anunciando crudamente el desenlace de quienes estaban en el centro del lugar, sentados en sillas y atados de pies y manos.

Los pasos de Daniel resonaban con eco, anunciando que el dueño de la guadaña, brillantemente pulida para la ocasión, estaba cerca.

Cuando divisó, a lo lejos, a los culpables de que su familia estuviese en el hospital, en vez de sentir lástima, saboreó la idea de sentir su sangre correr por sus manos. Y, para sentirla en su piel, caminaba doblando las mangas de su camisa.

- ¿Me extrañaste? - preguntó cuando estuvo frente a Armando y sostuvo su cabeza hacia atrás...

- Púdrete, Valencia.- escupió Mendoza.

- Oh, nos resultó machito el niño.- siguió hablando Daniel. -

- Haz lo que quieras...- habló el pelinegro tragando con dificultad.

- De acuerdo. - dijo acercándose al oído de su interlocutor.- Ya suficiente te he tocado, por lo visto. Unos mimos más no te harán daño. ¿O si?- finalizó

Mientras, Mario Calderón permanecía en silencio, atento a todo, pero en silencio. Buscando así que no se fijaran en él, pero fallando en el intento.

- ¿Me dejas a este?- preguntó Michel, tronándose los dedos.

- Haz lo que quieras, pero no lo mates.- autorizó Daniel.- Quiero ver cuando la vida se escape de sus ojos. Hice un juramento.

- ¿A quién?- preguntó Michel, fingiendo ingenuidad..

- A mi mujer y a mi hijo.- contestó Daniel con un brillo en sus ojos.

- ¡Oh, felicidades por tu varoncito, hermano! - habló Michel girando la silla de Mario para quedar frente a frente.- Si necesitas padrino, ya sabes...- finalizó y el primer ¡Boom! de la noche impactó de lleno en el rostro de Calderón...

Sanar para que haya un NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora