La atmósfera del hospital era pesada y estresante, la gente se agolpaba en las puertas y en los pasillos, como si esa noche el destino hubiese jugado cruelmente, en varias partes del mundo, sin sentir remordimiento alguno.
Los médicos y enfermeros, iban y venían, sin mediar palabras con nadie. Y, si alguien buscaba respuestas, se excusaban brevemente y seguían en su tarea.
El aire se sentía cargado de dolor y angustia, pero al mismo tiempo de esperanza. La misma que depositaban las familias en las manos y la formación de los médicos, esperando ver a sus familiares sanos y salvos.
El perfume de un hospital es inconfundible, huele a nada y a todo. Huele a muerte, como una vieja amiga que recorre los pasillos y huele a vida, ese ente poderoso, que junto con la fuerza de voluntad y las ganas de vivir de las pacientes, logra traer de vuelta a muchos de ellos.
Por su lado, la pelinegra no olía a nada en particular, todos sus sentidos estaban puestos en un solo objetivo. Él. Por eso mismo, Betty no dejaba de mirar las puertas del pasillo por donde los médicos se llevaron a Daniel. Cruzada de brazos y con la espalda apoyada en la pared, buscaba ordenar sus pensamientos.
Había avisado a Marcela de lo sucedido y, contrario a lo que había esperado, la Valencia del medio, se preocupó por ella y su estado, argumentando que su hermano era fuerte e iba a salir, aunque le llevara días recuperarse. Haciendo énfasis en que no le avisara a nadie lo que había pasado, porque iba a ir por vía legal para terminar, de una vez y para siempre, con los caprichos de Armando Mendoza y con las manipulaciones de Mario Calderón, porque, aunque nadie lo había visto, Marcela estaba segura que el imbécil, estaba implicado en lo que sucedió. Cortó la llamada avisando que estaba en camino.
Beatriz no quería moverse de su lugar, sentía que si lo hacía, quizá los médicos no iban a poder encontrarla, por cualquier cosa que pasara. Y, si eso sucedía, no se lo iba a perdonar jamás.
La primera en llegar a su lado fue Beata, con un bolso enorme y una bolsa con comida. Acomodó las cosas sobre una hilera de sillas cerca de donde la presidente estaba, se aseguró que nada se cayera y se acercó a su amiga.
- Tienes que comer algo- le dijo obligando a su tocaya a sentarse - Y cambiarte esa ropa. Él va a estar bien, te lo puedo asegurar.
La presidente de Ecomoda se dejó hacer, vió cómo su cuñada sacaba un contenedor con comida y un tenedor. Cómo mezclaba la comida con él, como cargaba el cubierto y, con la misma expresión que usaba su hermano mayor, para hacerla comer en la intimidad de cada cena que compartían desde que estaban juntos, la empezó alimentar, como una madre a su bebé. Transmitiendo paz, seguridad y esperanza, en ese momento tan difícil. Sabiendo que ambas tenían el corazón hecho trizas. Betty, agradeció en silencio el gesto.
Volviendo a sus pensamientos, sin descuidar a Beata, decidió cambiarse de ropa. Él merecía verla bien y entera. Fue al baño en silencio y, al quedar parada frente al espejo, vió a una mujer extraña devolviéndole la mirada. Esos ojos café, estaban rojos, cansados de tanta angustia e incertidumbre. Se acercó al cristal y tocó su rostro lentamente, nadie pensaría, que esa misma mujer, hacía un par de horas atrás, estaba siendo feliz junto al hombre que la sacó del abismo, ni siquiera ella misma lo creia. Suspiró vibrante, dejando caer las lágrimas. Tenía que ser fuerte, pero debía permitir que sus emociones desborden para serlo. Cómo el fénix, que sufre su muerte antes de convertirse en cenizas y renace majestuoso a enfrentar nuevamente la vida.
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Sanar para que haya un Nosotros
FanficLa vida trajo A Beatriz Aurora Pinzón Solano de vuelta a Bogotá, de vuelta a Ecomoda. Sumida en una faceta de su vida en la que busca expiar culpas y sanar heridas para seguir adelante, Beatriz se verá dentro de una tormenta de situaciones y emocion...