Prólogo

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En la oscuridad de la noche, su mente se debatía en un torbellino de preguntas angustiosas. ¿Qué pasaría ahora? ¿Cómo escaparía del abismo que se cernía sobre ella? El insomnio la consumía, un recordatorio cruel del estrés que la ahogaba. Mientras buscaba distracción en el trabajo y en cualquier cosa que llenara el vacío, su corazón gritaba en silencio.

Su vida había sido una montaña rusa de ilusiones y decepciones, un patrón cruel que la había dejado al borde del precipicio, tentada a saltar. La costumbre y el conformismo la habían mantenido atrapada, retrasando decisiones que podrían haber cambiado el curso de su destino. ¿Sería posible romper ese ciclo infernal?

El dolor de su corazón era una herida abierta, un recordatorio de las veces que había confiado y sido traicionada. La sensación de fracaso la ahogaba, un peso que la aplastaba. ¿Cuándo podría finalmente levantar la cabeza y caminar sin que nadie la derribara? ¿Cuándo podría encontrar la paz que tanto anhelaba?

Sus ojos, secos de lágrimas y sin sueño, suplicaban cerrarse para siempre, para escapar del tormento. Su cuerpo cansado gritaba: "¡Basta! ¡Ya es suficiente!" La sensación de no pertenecer, de ser un error en el universo, la consumía. ¿Cuándo podría finalmente descansar en paz, lejos del abismo que la llamaba una y otra vez?

{.....}

Cuarenta y ocho horas sin dormir, su cuerpo era un peso muerto, sus sentidos embotados. Pero al aspirar el vapor del té con miel y limón, algo se quebró dentro de ella. Las lágrimas brotaron como un río desbordado, sin previo aviso, sin control. No intentó detenerlas, no intentó ocultarlas. Simplemente se dejó llevar, sumergida en el dolor que la ahogaba.

El té se enfrió, olvidado, mientras su corazón ardía en llamas. La soledad la envolvía como una manta fría, pero ella no se movió. No buscó consuelo, no buscó apoyo. Solo se abandonó al dolor, como una hoja seca que cae al suelo sin resistencia.

Pero en el silencio, en la oscuridad, encontró una chispa de fuerza. Una determinación que la hacía levantar la cabeza, que la hacía seguir adelante. No sabía cómo, no sabía cuándo, pero sabía que encontraría la manera de salir de ese pozo oscuro. Y cuando sus lágrimas finalmente se secaron, supo que estaría lista para enfrentar lo que viniera.

{.....}

Beatriz llegó a la empresa que presidía con la mente nublada por sus pensamientos y el cabello revuelto por la brisa matutina. No había elegido este camino por voluntad propia, sino que la inmadurez y la imprudencia la habían llevado a este punto. Ya no tenía sentido lamentarse, lo que estaba hecho, hecho estaba. Ahora solo le quedaba seguir adelante, con la energía renovada para enfrentar lo que viniera y desaparecer finalmente de la escena.

Al entrar, cruzó con Wilson y Freddy, que estaban embelesados con las modelos que llegaban para el ensayo del lanzamiento. En otro momento, les habría llamado la atención, pero ahora su escritorio estaba desbordado de papeles y detalles que atender. Subió al ascensor y, al llegar a la planta ejecutiva, se encontró con un silencio y soledad que le resultaron gratos. No tenía que dar explicaciones por su mirada o el cansancio en sus ojos, ni por la sensación de vacío que la invadía.

Al abrir la puerta de su oficina, un olor a alcohol la golpeó con fuerza, provocándole náuseas. Y entonces lo vio: Armando Mendoza, desmadejado en el sillón, roncando con fuerza. Alrededor, botellas vacías, copas dispersas y colillas de cigarrillos mezcladas con cenizas. Beatriz se preguntó qué había pasado allí.

Había vuelto, su realidad se volvería difícil.

Sanar para que haya un NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora