Último año escolar 07:26 de la mañanaTercer semana de clases Mis piernas dolían por la fuerza en la que me encontraba corriendo por todos los pasillos del instituto, estaba llegando más de veinte minutos tarde a la clase de literatura, quien la daba el profesor Hoffman, el mismo del año pasado y el cual sabía de mi falta de puntualidad. Esto estaba yendo mal Respiré hondo cuando estuve en frente de la puerta del salón de clases y me preparé mentalmente para tocarla, así como también perder la dignidad, otra vez, excusándome con el hombre por mi falta de responsabilidad. En menos de un minuto, ésta se abrió revelando a un hombre calvo mirándome con el ceño fruncido sobre sus anteojos, su cara notablemente irritada por mi mala costumbre de llegar casi siempre tarde a su clase. Le di una sonrisa tímida intentando ocultar la vergüenza que me comenzaba a invadir.
—Everdeen — pronunció firme, intentando intimidarme con sus ojos sobre mí —. Así que dígame,¿cuál es su excusa esta ocasión?—Me quedé dormida — confesé antes de que pudiese evitarlo. Apreté mi mandíbula y me golpeé mentalmente por la estupidez que había dicho y, lamentablemente, ya no podía revertir. Tal vez no debí decir eso. Tal vez debí mentir y no decir la verdad.
—Bien — me sonrió con sorna —. Espero y para la próxima no se duerma. Por un segundo pensé que me dejaría pasar, pero no fue así. El hombre se metió de nuevo al salón y solamente me dedicó una agitación de mano por parte suya, mirándole incrédula, intenté hablar — Profesor...
Aunque entre sus planes, no estaba el escucharme, por lo cual sólo me interrumpió — Hasta la siguiente clase, Everdeen, y agradezca que no la lleve a la dirección. Sin más que decir y yo sin que defenderme, cerró la puerta. Me quedé estática en mi lugar, sin moverme o siquiera parpadear, estaba anonada repasando lo antes ocurrido. No podía hacerme esto. No lo había hecho. Pero que digo, sí lo había hecho. ¡Oh genial! Volcando los ojos con molestia, bufé para girar sobre mi propio eje y caminar por el pasillo para así arrastrar conmigo mi dignidad. Ésta era la primera vez que me dejaba fuera del salón. Había llegado tarde en unas cuantas ocasiones. Unas cinco, seis o nueve veces. Aunque pensándolo bien, casi siempre llegaba tarde, pero cumplía con mis tareas, siempre trataba de prestarle atención, a pesar de que me diera sueño su clase. Literatura me aburría, simplemente lo hacía. Me gustaba leer, pero no las historias que él solía dejar. Llegaba tarde a las clases por el simple hecho de que me molestaba despertarme temprano, era amante de dormir hasta muy tarde, y eso me dificultaba oír el despertador. Rendida, inflé mis mejillas y me encaminé hasta las gradas, el pasto del campo hacía contacto con la azuela de mis zapatos y el aire revolvía mis cabellos tapando mi rostro. A lo lejos en una de las gradas donde la sombra caía ligeramente, un cuerpo se encontraba sentado a horcajadas dándole la espalda al campo, el cual se encontraba desierto. Ni equipo de rugby, ni equipo de fútbol. Ladeé mi cabeza y desinflé mis mejillas al observar como sacó algo del bolsillo de su pantalón y empezó a rasgarlo. Mi curiosidad despertó haciendo que caminara vacilante hacía él, subí cuidadosamente cada grada, pero sin ir a su dirección. Aunque éste día había despertado con el pie izquierdo, ya que estaba a punto de llegar a su altura, cuando torpemente mi zapato se resbaló y caí a bruces —Mierda — me quejé cerrando los ojos para suplicarle al cielo que me desapareciese.
Apoyé ambas manos sobre el puente de metal y ejercí fuerza para poder levantarme, sin embargo, no pude. Mi brazo dolía. Sentí la mirada de alguien y supuse de quien era. Con la humillación cargando sobre mis hombros, alcé mi vista para encontrarme con la mirada azul eléctrica del chico, se encontraba de pie mostrando con firmeza su ceño fruncido.—Y-yo l-lo siento — intenté hablar ecuánime, pero salió más como un balbuceo tan patético. No entendía por qué lo sentía, o tal vez sí, sea lo que estuviese haciendo yo lo había interrumpido por mi falta de disimulo y mi gigante torpeza. Él relamió sus labios y me pude fijar que un arito negro adornaba su rosado labio, volcó los ojos y dio un suspiro profundo. Con una gran zancada, se acercó a mí y estrechó su mano incitándome a que la agarrara. Avergonzada, la cogí y me ayudó a ponerme de pie. Lo primero que pude confirmar, es que era muy alto, a pesar de que él estuviera un escalón más abajo que yo, seguía rebasándome.
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Promesas Rotas
Novela JuvenilUna chiquilla escuálida llegando casi siempre tarde a sus clases con una mancha de pasta dental en su blusa, entra a la vida del chico como un rayo de luz en la habitación más oscura. La penumbrosa estela ilumina el cielo para ambos enseñándole un...