El deporte no era uno de mis fuertes, la actividad física era algo que no estaba entre mis facultades de hacer con facilidad u orgullo. Así como no era un secreto que yo era la peor en la clase. El entrenador Osborn no paraba de gritarme y hacer sonar aquel quejoso silbato para que corriera con más velocidad y no fuera la última una vez más, pero apenas llevaba dos vueltas de cinco alrededor de trescientos metros y yo ya estaba proclamando por todo el oxígeno del mundo. No podía seguir. Rendida, me detuve jadeando y apoyé mis manos sobre las rodillas, estaba claro que el señor Osborn me volvería a gritar, con los ojos entrecerrados debido a la luz del sol, dirigí mi vista hacía aquel hombre, pero ya no estaba y agradecí por ello.

— ¡Vamos, Katniss! — oí que exclamó Josh, uno de mis compañeros, con un toque burlón y mostrándome una sonrisa lánguida.

— ¡Ni de broma! ¡Ya no puedo! — solté con las pocas fuerzas que me quedaban.

— ¡Exagerada! — Carcajeó el castaño — ¡Te espero el año que viene en la meta! Me limité a entrecerrar los ojos y sacarle el dedo del medio. Usualmente me llevaba más con los chicos, en realidad, me sentía más en confianza con aquellas grandes bestias, me divertía mucho aunque sus pláticas se basaran en cada obscenidad de pechos, curvas y vídeo juegos.

Escuché una familiar risa ronca, sabía de quien se trataba. Volteé hacía aquella dirección a las gradas, las cuales no estaban tan lejos en donde yo me encontraba jadeante. Peeta me miraba divertido con sus manos dentro de los bolsillos de sus jeans negros, mientras levantaba con fervor sus cejas. — ¿Te diviertes? — él habló primero, preguntando por lo alto y mirándome en espera de mi respuesta, fuera cual fuese.

—Sí, lo hago — le di una sonrisa falsa. Traté de recuperar mi respiración normal abatiendo mis manos en frente de mí y dar una gran bocana de aire. El hizo una seña con su cabeza para que me acercara. Volteé, nuevamente, en busca del entrenador, pero igual que antes, él no estaba allí. Soltando un suspiro caliente y con pasos no muy convencidos me acerqué hasta él, pero me detuve a una distancia considerable de las gradas. Alcé la mirada y Peeta ya estaba con sus brazos apoyados en el barandal. Él estiró uno de sus brazos hasta mí y lo miré con el entrecejo fruncido.

—Sube —pronunció suave ante mi mirada confundida.

—No puedo, si el profesor me ve me hará correr el doble de lo que me hace falta— expliqué mirándole con una mueca de ímpetu ante su petición. Peeta rodó los ojos, pero no quitó su mano incitándome a que la agarrara. Por inercia la tomé y él me subió con tanta facilidad. Crucé una de mis piernas por el barandal torpemente haciendo que se enganchara, jadeé al sentir el dolor, Peeta rió. Sentí su brazo posarse por mi cintura y ayudándome a cruzarla completamente, zafó mi pierna y una vez que pude tener mi equilibrio lo miré.

— ¿Hay algo en lo que no seas torpe, Everdeen?— rió mientras mordía su arito que yacía en su labio.— ¿Algún día me llamarás por mi nombre?— contra ataque rodando los ojos, cansado de lo mismo y su actitud un tanto jocosa.

—Lo hice el primer día en que cruzamos palabras— recordó esbozando una sonrisa con los labios cerrados y diversión en sus ojos.

—Me gustaría que lo siguieras haciendo —suspiré cansada. Me senté en una de las gradas para poder descansar mis piernas y reposar un poco a causa del cansancio que sentía por haber corrido tanto.

—Es tan aburrido llamar a las personas por sus nombres —se sentó a mi lado. Volteé hacia él y no sé cómo ni en qué momento, pero ya tenía entre sus rosados labios un cigarrillo —. El mundo debería tener originalidad y no copia de copias.

—No eres el único que lo hace — hablé mirándole mal.

—Pero sí de los escasos — ganó sonriendo. Tomo una calada y se quedó durante unos segundos con el humo en sus pulmones para después expulsarlo.

Promesas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora