Furgoneta

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—Daliaah será mi cita — dijo Calum.

—No, no lo será — contradije caminando entre los asientos de la sala —. Eres una mierda para flirtear. Tal vez Calum era lo demasiado puto, o yo era lo demasiado amargado para verle el trasero a las chicas. Eso era enfermizo para mí, pero para él aquello lo denominaba como un placer estético de la vida. La jodida marihuana estaba quemando sus pocas neuronas y las estaba sustituyendo por muchas hormonas. Y lo último era real. Él no sabía flirtear. Siempre terminaba sacando como conversación el verano de hace unos meses donde tuvo que cuidar a los perros de su vecina -los cuales- una vez vieron un gato y él tenía enredada sus correas alrededor de su brazos y, por pura ley, los perros corrieron y consigo, arrastraron por todo el vecindario al chico. Solo faltaba que su tema de conversación fuera algo: ¿Te gusta el porno? ¿Con historia o sin historia? O tal vez ya lo había hecho. No sé cómo es que siempre terminaba haciendo coito con una chica diferente cada fin de semana.

— ¿Por qué no? Es linda, y a parte tiene un buen cuerpo — declaró levantándose del asiento donde se encontraba.

—Calum, ella es linda, no una de tus zorras que visitan las sabanas de tu cama cada fin de semana — mofé. Daliaah era una de las porristas del equipo de fútbol americano, alguien que no combinaba con Calum. Absolutamente nada. Calum no era feo. Era como uno de esos tipos que se miran tiernos, pero son unos hijos de puta. La señorita Martens le daba un aire a Emma Roberts, solo que con cabellera castaña. Mi querido amigo estaba interesado en ella, pero por ser una cara bonita.

—Me coqueteó aquella fiesta en la noche cuando esperaba su vaso de alcohol. Oh vamos Peeta, solo consígueme una cita con ella, no te costaría mucho — jadeó suplicante.

—Por el amor a Dios, apenas me vea saldrá corriendo, ¿crees que quiera entablar una plática con el drogadicto del instituto? — farfullé cansado y me puse de rodillas en el suelo. Calum no volvió a decir nada, solamente vi por debajo de los asientos como se volvió a sentar pero esta vez en uno de los peldaños de las escaleras de la sala. Sabía que muy pocas veces admitía en voz alta lo que era, y no me molestaba decirlo, porque al final de cuentas eso era ¿no? Un maldito adolescente drogadicto. Di un suspiro largo y levanté el envoltorio de chocolate que había debajo de uno de los asientos para ponerlo en la bolsa de basura.

Estúpida gente que tiende a dejar su miserable basura. ¿Por qué demonios estaba limpiando su mugre? Oh cierto, es mi castigo.

Era viernes. Y me la estaba pasando de maravilla. Claro. Me senté sobre mis piernas y saqué dos rollos blancos de mi bolsillo, lleve uno directamente a mis labios y lo encendí, al momento que éste desprendió su olor, la mirada del moreno fue directamente hacia mí. — ¿Qué haces? ¡Se encerrará el olor! — reprendió un poco asustado.

— Sí, bueno, yo odio este maldito lugar — rechiste y sin dudarlo lleve el joint a uno de los asiento y con la parte encendida lo hundí en él causando que se quemara y un agujero quedara plasmado allí.

—Estas demente — Calum dijo y se cubrió el rostro.— ¿Quieres? — ofrecí.

—Sí — se quitó las manos y se levantando para tomar el otro rollo. Eché una risa. Nos quedamos en silencio mientras apreciábamos el humo salir de nuestras colillas. Después de casi cinco años de amistad habíamos hecho que el silencio se volviera parte de nuestra tranquilidad en ambos. El chico era la única persona que consideraba mi amigo. Aunque no me gustara que lo supieran. Quería que creyeran que no tenía. Porque odio que sepan mis cosas. Creo que nos entendíamos más con solo compartir miradas, porque después de terminar de consumir todo, las preguntas y nuestros lamentos salían al aire.
— ¿Ahora qué hiciste? — Calum preguntó.

Promesas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora