Peeta me dejó pasar a su casa, mis ojos escanearon todo a mi alrededor, me removí incomoda al sentir el vacío que había en ella. Pasé un mechón de mi cabello por detrás de mi oreja y me giré hacia el chico.

—Es cálida — dije y luego me quedé desconcertada por mis palabras.— ¿Gracias? — preguntó frunciendo el ceño con una sonrisa burlona. Estúpida. Sonreí sin despegar mis labios, comencé a cerrar y abrir los ojos intentando desvanecer un poco la vergüenza que sentía en esos momentos. A veces decía cosas sólo para romper el silencio o dejar de sentirme incomoda, en ocasiones simplemente no funcionaba. Ésta, era una de esas. Miré al frente de mí donde un poco más al fondo se podía ver un piano, caminé con pasos insegura hasta el instrumento y pasé mis dedos por encima. Tenía polvo, demasiado.

— ¿Tocas el piano? — pregunté curiosa a Peeta sin siquiera voltear a él.

—No — respondió cerca de mi oído, giré mi rostro para poder verlo a unos centímetros cerca de mí — Mi hermano solía tocarlo, cuando no tenía sueño lo hacía, según él, calmaba su estrés, nerviosismo o solo lo hacía sentir mejor. Cada quien tiene sus técnicas para sentirse bien, ¿no es así?Asentí automáticamente. Su forma de hablar tan pausada y sin apuros era relajante. Miraba a Peeta directamente a sus ojos y en cortos segundos recorría cada extremidad de su rostro. Sus muecas faciales trasmitían varias líricas emocionales. Peeta era demasiado apuesto y aquello nadie lo podía negar. — ¿Nunca has intentado tocar? — murmuré más para mí que para él, aunque pudo escucharlo.

—No me relaciono bien con los instrumentos — respondió suave, pasó una mano por detrás de su cuello y suspiró — No me gustan, prefiero escucharlos, ¿tú tocas alguno?— ¿La flauta cuenta? — hice una mueca. Peeta empezó a reír y me encogí de hombros.

—Creo — musitó entre risas.
—Dijiste que querías mostrarme algo, dime ¿qué es? — inquirí elevando una de mis cejas.
— Tsss — mencionó. Cerró los ojos durante unos segundos y cubrió con ambas manos su rostro.

— Sí te confieso algo, ¿prometes no enojarte? —Tengo la intuición de que tratará tu confesión, pero quiero oírlo por ti, así que adelante, te escucho — me crucé de brazos elevando la comisura de mis labios.

—No hay nada que mostrarte — confesó, separó unos de sus dedos para mirar entre ellos. Su ojo azul me miraba y quería morir de la ternura que me estaba ocasionando — ¿Esa es tu cara de enojada?— ¿Tú qué crees?—No te ves enojada. Y no lo estaba, era imposible enojarme con él cuando estaba actuando como un niño asustado que está a punto de ser regañado.

—Me has decepcionado, Mellark — vacilé. Él bajó las manos de su rostro, sus mejillas estaban un poco coloradas por la presión que había ejercido contra ellas. Dio un pequeño paso hacia mí y sonrió.

—Me gusta cómo suena mi apellido en tu voz — admitió. Sus mejillas se pusieron en un tono más carmesí y por un instante las mías también.

—No puedo decir lo mismo — mentí, en verdad me gustaba como sonaba el mío cuando él lo decía, y más cuando lo mencionaba en un tono divertido.

—No me importa, Everdeen — bromeó ladeando la cabeza — Volviendo al tema de que te mentí, tengo algo que a lo mejor te interese — explicó, no me dio tiempo de responder cuando volvió a hablar — Ven.
Dicho eso, me tomó de la mano y comenzamos a subir las escaleras a pasos rápidos, trataba de no tropezar con los escalones mientras era casi arrastrada por Peeta. Ésto ya se estaba haciendo costumbre, cada que él decía un "ven", me tomaba de la mano y comenzaba a correr conmigo detrás. Tenía que ir a su paso con el intento de no caer de boca al suelo.

—Algún día terminaré cayendo y de paso te derrumbaré conmigo — amenacé una vez que nos detuvimos en frene de una puerta que supuse sería la de su habitación.

Promesas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora