Peeta me miró a penas entré al salón de clases, derrochaba concentración y sumo cuidado con cada uno de mis movimientos, él era tan simple en ello. Sus brazos firmemente flexionados por detrás de su cabeza mientras su espalda estaba perfectamente apoyada al respaldo de la silla. Yo solté un suspiro un poco pesado y con la absurda idea me dirigí hasta su lugar dejando caer mi mochila al suelo para luego sentarme. Peeta alzó una ceja, pero no mencionó nada. Llevaba un beanie color crema y de alguna manera me pareció adorable, sus ojos resaltaban más con aquel color. Se veía pacífico sin abrir la boca para decir cualquier incoherencia y es que ya en tan poco tiempo sabía que podía llegar a ser un completo idiota. Me fijé bien que una chamarra de cuero cubría sus hombres, esta vez, fui yo quien arqueó una ceja, un poco interrogativa, de cierto modo confundida, porque no es que estuviéramos en la época de frío, al contrario, había calor él no solía usar mucho de esas. — ¿Por qué traes una de esas? — cuestioné, apuntando con mi dedo índice aquella prenda. Peeta me dio una mirada con los ojos entrecerrados y se incorporó, uniendo sus manos para apoyar los codos sobre el pupitre, — Ha ocurrido un accidente con la lavadora — pronunció, separó sus manos y con una de ellas bajó la parte que cubría su hombro, no pude evitarlo, solté una risa y el negó varias veces —. Metí un calcetín rojo que pintó de rosa las otras prendas.

—Jamás debes combinar la ropa de color con la blanca — indiqué aún riendo, él se encogió de hombros y mordió sus labios — ¿Tu madre no te lo ha dicho? ¿Por qué lavas tú? —Haces muchas preguntas ¿ya te lo he dicho? — interrogó, solamente asentí sin culpa alguna. —Y no, es la primera vez que lo hago. Mis padres salieron de viajes y tenía que ver por mí solo sino ¿quién lo haría?—Tienes razón — esbocé una sonrisa y regresé mi vista al frente. Me gustaba pensar en Peeta como una persona independiente, me agradaba demasiado la idea, tenía la imagen de no necesitar la ayuda de alguien, pero quizá para las cosas caseras sí. Todo estaba en silencio, hasta que volvió a hablar.

—Necesito tu dirección — pronunció suave y lento.
— ¿Mi dirección? ¿Para qué? — pregunté, girándome para mirarle a los ojos. El se acercó a mí quedando a una distancia corta.
— ¿Piensas que llegaré mágicamente porque adiviné en donde queda tu casa? — su voz ronca hizo que me estremeciera sin razón. Lo miré confundida y el rió con un poco de gracia. — ¿Lo has olvidado?— ¿Olvidar qué? —Lo has olvidado. Él suspiró y dejó caer su espalda al respaldo de la silla arrastrándola hacia atrás para poder estirar bien sus largas piernas por debajo de la mesa. Su expresión cambio a una seria. Hizo una mueca y pasó sus manos por su delicado rostro. Relamió su labio pasando su lengua también por su arito.

—Haz prometido venir conmigo el sábado... mañana — dice mirándome sin expresión.
El recuerdo de él obligándome a prometer que iría el sábado con él vino a mi mente. Mierda. Entreabrí los labios y dejé salir un suspiro no tan profundo.

—Cierto — asentí — ¿Pretendes pasar por mí? —No sabrás a donde llegar si te digo el lugar.— ¿Es algún lugar de mal agüero?— indagué, queriendo obtener un poco de información sobre a dónde me quería llevar con él a solas.

—No — rió para volver a acercarse hasta mí.
— ¿Cómo sé que aquello es verdad? —Everdeen, ¿confías en mí? —No. —Excelente —carcajeó.

Y es que en realidad estaba siendo sincera. A penas lo conocía hace algunas semanas y no sabía absolutamente nada de él aparte de que le gustaba consumir sustancias y su música pesada. Oh, también que no sabía lavar la ropa y terminaba metiendo un calcetín de color a su ropa blanca.

Peeta llevó las yemas de sus dedos hasta la comisura de sus labios. Al momento de quitarlos él gruñó, en unos segundos la parte posterior de su labio donde se encontraba su piercing empezó a sangrar.
— ¿Qué has hecho? — jadeé un poco horrorizada por ello.

Promesas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora