La escasa lluvia se hacía cada vez más densa, tenía la impresión de que en cualquier momento se iría la luz, aunque en ese momento nada me preocupaba, aún el sol estaba, escondido entre las nubes grises, pero seguía allí. Esnifé para pasar el dorso de la manga de mi sudadera por mi nariz, la brecha de la ventana estaba abierta aportando un poco del aire fresco que había afuera hacia adentro de la casa, mis pies descalzos tocaban el frío suelo, debía preocuparme de que podría enfermarme, sin embargo no lo hacía, mi mente seguía entre los vagos recuerdos que no querían alejarse, me seguían torturando. Mamá no llegaría hasta muy tarde, había tenido un problema con su jefe, según él decía que se estaba perdiendo el control con algunos pacientes, no eran asuntos de ella, pero por tener una gran equidad decidió aportar su ayuda y dejarme sola, aunque estaba bien, no quería que me viera en tal estado, ojos rojos, hinchados, voz ronca y sacudidas de nariz.
Una imagen demasiado fatal y preocupante para ella. Era sábado, ya había pasado más de una semana de lo ocurrido con esa fotografía y se sentía como el mismísimo infierno porque aún no lo pasaban por alto, aunque hoy, podía descansar de las miradas y susurros por todo el instituto, no sabía nada de Peeta, simplemente no lo quería ver.

El día en que me vino a dejar solo me bajé y le pedí que me dejara sola, lo hizo sin rechistar, tuve mucho tiempo para pensar con tranquilidad, sin que nadie me estropeara mis pensamientos, analicé le cosas y llegué a la conclusión de alejarme de Peeta, mientras se calmaban las cosas, seguir a su lado me traían muchas consecuencias, él ya tenía demasiados problemas para agregarle otro, y yo, era lo demasiado débil ante todos ellos. Algo me decía que Peeta sabía sobre aquella fotografía, puesto que la noche anterior me había pedido que terminase con Michael, aunque no quería sacar conclusiones, no quería echarle culpa, porque era de ambos. Pero sobretodo mía. No tenía ganas de siquiera que se me acercara y sí, volvía a repetir, él no tenía toda la culpa, pero mayormente las ofensas iban dirigida hacia mí, ya que había dañado al indefenso capitán de baloncesto, y era lo peor, porque Ashton estaba con él, y eso equivalía a todas las chicas del instinto en contra mía. No entré a las clases con la profesora Kearney, no me acercaba a las gradas -cabe mencionar que por Ashton, Michael y Peeta-, ni siquiera comía en la cafetería, trataba de llegar tarde a las clases e irme lo más temprano que pudiera. Y aunque Peeta intentó acercarse a mí solo le pedí que se alejara por ahora. Me dolía. Pero era por el bien de los dos. Lo era. Maldecía varias veces al profesor Hoffman, porque si no hubiese sido por él que me había dejado fuera de la clase, yo no sabría de la existencia de Peeta Mellark. Y estaría bien con eso. De las personas que no me habían dejado era sido solamente Neisan, el cual me seguía hablando, el juraba creerme, realmente el chico era muy comprensivo. Se había discutido con Ashton sobre el tema, no le tenía miedo aún fuera el capitán y realmente valoraba mucho eso por parte de él, por ahora era mi único hombro con el cual llorar. Unos toques en la puerta principal hicieron que mi concentración ahora se dirigiera hacia ello. Con duda entre mis pensamientos y mi propio cuerpo, avancé. Mi mano hizo contacto con el frío metal del pomo de la puerta haciendo que diera un respingo, cuando la abrí, pude ver a la persona del otro lado. Mis sentidos se despertaron alarmándose de una manera abrupta. Peeta rápidamente entró sin mi permiso y se apoyó contra la pared, estaba temblando al grado de que sus dientes sonaran. Su ropa estaba completamente empapada, y su piel de un tono muy pálido que creí que desaparecería en cualquier instante. Sus piernas se flexionaron causando que cayera al suelo abrazándose a sí mismo. Su aspecto era de lo peor. Bien, no podía dejarlo de tal manera, no era tan despiadada, di un suspiro y fui hasta mi habitación por una toalla y una cobija, busqué alguna camisa grande consiguiendo una blanca demasiado ancha, él aún se encontraba en el suelo.

—Creo que es mejor que te quites la ropa y te cubras con esto. Me arrepentí al instante que dije eso. Peeta hizo el mayor de sus esfuerzos y me dio una mirada picara, es increíble que aún en su estado mal entienda las palabras. Aunque le di una mirada de desaprobación volcando los ojos, él solo me devolvió una sonrisa de lado, me fijé que su arito ya no estaba en su labio y quise indagar, pero supe que ya no era de mi incumbencia. Él se alejó un poco de la pared y comenzó a despojarse de su ropa, llegando al grado de quedar solo en bóxer. Por Dios. Estaba demasiado delgado. Me sentía incómoda al verlo en esa situación, y claro, ya era un manojo de nervios. Ese siempre sería el efecto de Peeta hacía mí. Sin embargo, no pude evitar que mis ojos tropezaran por el dorso del rubio dejándome ver por completo aquel tatuaje que ya había visto antes, pero ahora, yacía otro dibujo de tinta que acompañaba aquella ruleta, no entendía su significado. Entonces, apreté los labios cuando volví a ver aquello. Algunos hematomas hacían presencia. Todos mis pensamientos se disolvieron como la azúcar en el agua caliente cuando la tos de Peeta se hizo presente. Repentinamente regresé a mi realidad y parpadeé unas cuantas veces para concentrarme en lo principal.

Promesas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora