Capítulo 11

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No tengo palabras para describir cómo me siento con esta revelación, la cual solo se puede significar una cosa. Estoy en peligro, y la vendetta lo confirma. No logro entender el como mi nain no pudo contarme acerca de todo esto, al menos una advertencia o algo.

«Maldición, estoy muerta»

El señor Gerauld se ha ido a no se donde en busca de respuestas, dejándome con los hermanos Dagger, los cuales no se me han despegado, puedo sentir sus miradas perforando la cabeza desde esta posición.

Hundo mi cara en mis manos tratando de ocultarme, mis codos se apoyan en mis muslos con fuerza, llegando a ser incómodo.

— Chicos —la voz del castaño me hace levantar mi cabeza—, ¿no creen que huele a quemado?

Levanto mi cabeza alarmada, inhalo para confirmar aquello, pero no huele a quemado, solo a madera vieja con canela.

— ¿A quemado? —pregunta Dylan confundido, olfateando a su alrededor—. Yo no huelo nada, Ben.

— Si —asiente con una sonrisa, toma asiento en el sillón donde me encuentro justo a mi lado—. Como a neuronas quemadas de tanto pensar.

— Vaya forma de disculparse —murmuró con diversión, no entiendo como puede ser tan irreverente.

— Si, bueno...hablando de eso —tartamudea con nerviosismo, captando completamente mi atención—. Lo siento.

— No hay...

— Se que no te cogiste a Dylan, y agradezco que hayas intervenido en la situación. De no ser por ti probablemente hubiera terminado con las mejillas inflamadas —habla sin trabarse, con demasiada rapidez, tomó su brazo.

— Por favor, deje de decir esa palabra —pido avergonzada.

— ¿Coger? —inquiere confundido—. Pero si es súper natural, de hecho yo...

— Solo cállate —pide claramente fastidiado su hermano mayor.

— Acepto su disculpa —susurro a la altura de su oído, dejando un suave beso sobre su mejilla.

— Gracias —susurra de vuelta, con una sonrisa de agradecimiento.

El silencio vuelve a reinar en la habitación.

Aprovecho la situación para liberar un poco de la presión que hacen las vendas en mis manos, deshago el nudo que la mantiene en su lugar. Soplo las heridas,, al sentir como palpitan en busca de regular la circulación de sangre.

— ¿Duele? —inquiere Dylan, con culpa.

— Dylan.

Niego levemente mirándolo a los ojos, evitando que se culpe a sí mismo.

— ¡LO LLAMASTE POR SU NOMBRE! —habla, grita el castaño a mi lado.

— ¿Lo hice? —preguntó divertida, sonriéndole a Dylan—. Dylan ¿acaso te he llamado por tu nombre?

—¡Lo has hecho otra vez! —señala el castaño indignado, tanto que se cruza de brazos como un niño pequeño—, ¿por qué a él sí y a mí no?

— Tal vez porque eres desesperadamente molesto —contesta el pelinegro con una pizca de burla.

Mi vista se desvía, esta despaldas con la mirada fija en alguna punto atraves de la ventana, su postura erguida no flaquea, sus manos están ocultas en los bolsillos de su pantalón. Está escuchando todo.

— Oh tal vez, porque antier estában platicando muy juntos en el gran salón —levanta y baja las cejas sugerentemente, mirando de hito a hito entre Dylan y yo—. Aunque para platicar no creo que sea necesario estar  TAN juntos, ¿cierto DyDy?

La Herencia BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora