Capítulo 18

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Bostezo con cansancio, los ojos se me cierran involuntariamente.

— Alguien no durmió bien —comentan con diversión a mi lado.

Abro los ojos repasando al señor Gerauld, la sonrisa burlona me hace entrecerrar los ojos.

— No dormí —confieso.

— ¿La razón? —inquiere, tomando asiento en la mesa, a la cabeza.

— Dylan y yo vimos un par de películas —respondo, tomando la tetera, llenando mi taza.

El café despierta cada neurona de mi cerebro, dándome un golpe de energía.

— Películas —repite mirando fijamente a su hijo—. Espero que lo hayas disfrutado.

— Si, lo hicimos.

Termino la corta conversación, poniendo mi atención en la comida que hay en la mesa. Las cerezas se llevan mi atención por completo, junto a el tocino, pongo un poco de ambos en mi plato, sin olvidarme de la demás comida. Relleno el plato lo suficiente.

Llevo mi cubierto con comida a la boca.

El sonido de la puerta llama la atención de Dylan, el nerviosismo se ve reflejado en sus manos, juega con su reloj sin dejar de mirar la puerta.

— Nueve de la mañana, vaya hora de llegar —señala el padre con una sonrisa sin gracia, la cual borra al ver la apariencia de sus hijos—. ¿Dónde han estado?

— Cogiendo.

— Bebiendo —responden ambos hermanos.

Caminan hasta tomar asiento en la mesa.

— Cogiendo y bebiendo —repite con sorna el padre—. ¿Qué son vagabundos? Hay reglas, no pueden llegar a la hora que se les antoje, y menos sin avisar.

— ¿Desde cuándo hay reglas? —pregunta el pelinegro, sarcástico.

— ¡Desde hoy! —el fuerte sonido de su mano estrellándose con la mesa, me hace pegar un brinco—. Y si no les gusta pueden irse, la puerta es muy grande.

— ¿Y dejar a mis hermanos contigo? —inquiere con ese tono irónico—. No lo creo.

— Nick —Dylan toma la mano de su hermano, deteniéndolo.

Ambos se retan con la mirada, el pelinegro sin inmutarse, y el padre con la ira irradiando a todo su esplendor. El mayor aparta la mirada.

— Si ordeno algo debe hacerse sin refutar sobre ello —menciona firmemente el señor Dagger.

Una sonrisa burlona baila en el rostro del pelinegro, negando con diversión. Se estira sobre la mesa tomando una botella de whisky. Se sirve en el vaso hasta llenarlo por completo. El padre le arrebata la botella.

— No más alcohol, y no más putas —brama, esto último lo dice dirigiéndose al castaño, quien parece estar muriendo de sueño.

— Putas las tuyas —responde con molestia, el castaño—. A diferencia de ti, yo cojo por diversión no por dinero.

En un arrebato de ira el señor Dagger estrella la botella de cristal contra la pared más cercana, impactando a espaldas del castaño. Cubro mis oídos ante el fuerte estruendo, mi corazón late con fuerza al recordar el accidente con los hermanos.

— ¡Hay una dama presente! —grita iracundo—. Ella merece respeto.

— Mírala —señala el pelinegro, señalando—. Está asustada. Unas vulgares palabras no provocaron eso, tú sí.

— Elizabeth...

— Señor Dagger —la voz de Aurora interrumpe lo que iba a decir—, lo buscan.

— Habláremos de esto después.

La Herencia BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora