Tomo la caja de mi rosario, poniéndola en mi pequeño Chanel.Juego con mis dedos con nerviosismo, recuerdo llevar mi brillo labial.
Dejo de dar vueltas al asunto que me está atormentando desde que me fui a dormir. Ni siquiera rezar me hizo dejar de sentir esta culpa.
Salgo de mi cuarto sin hacer mucho ruido, aún es temprano. Toco la puerta de la habitación, donde ayer vi salir a Dylan, al no obtener respuesta giro la manija, abriéndola.
Observo con sorpresa la habitación, cuando cierro la puerta de la habitación. Colores claros decoran las paredes, hay algunos marcos de fotos familiares, pero el cuadro de casi medio metro llama mi atención, una hermosa rubia vestida de princesa capta mi atención.
Un quejido me hace apartar la vista, dejando de invadir el espacio personal de Dylan.
Camino hasta la cama, cubro mi boca para evitar que una risa se me escape ante la imagen de Dylan, luce como un niño pequeño, con sus manos juntas en señal de rezo. Luce como un ángel, limpio sutilmente el pequeño rastro de saliva con la sabana.
— Dylan —susurro suavemente, sacudiendo su hombro.
No responde, está súpito, completamente rendido en los brazos de morfeo.
— Dylan.
Parece reaccionar pero mis esperanzas mueren al solo verlo acomodarse.
— Dylan —insisto.
Festejo al verlo bostezar, pestañea repetidamente, adormilado.
— ¿Mami?
— No, soy yo, Elizabeth —aclaro.
— Elizabeth —trata de enfocarme, parpadeando con pesadez. Abre sus ojos de golpe, cubriéndose con la sábana —. ¡Elizabeth!
— Lo siento —me disculpo avergonzada—. No quería molestar, pero ocupo apoyo.
— ¿Está todo bien? ¿Que paso? ¿Estás bien?
— Ocupo ir a la iglesia.
Gira buscando algo, enfoca algo, abre sus ojos con horror.
— ¡A las seis de la mañana! —exclama alterado.
— Perdón.
— ¿Es muy urgente?
Asiento con angustia.
— Por favor dime que no mataste a nadie —pide con frustración—. ¿Lo hiciste?
— Claro que no —niego ofendida.
— Bien —bosteza por unos minutos—. Dame unos minutos para ponerme presentable.
— Gracias —sonrió levante, dejó un tierno beso en su mejilla.
Salgo de su habitación, dándole la privacidad que necesita, espero pacientemente sentada en las escaleras, sosteniendo con fuerza mi bolsa.
«— Quiero que me beses»
No se que me pasó ayer, debí haber sido poseída por el demonio de la lujuria. Jamás había experimentado nada igual como lo de anoche. La pasión, ese ferviente deseo. Y el culpable tiene nombre y apellido, duerme arriba. Mientras mi moral me come la cabeza.
«¿En qué estaba pensando?»
Las señoritas no han besándose con chicos desconocidos y de dudosa moral, con una actitud cuestionable, pero es que esos ojos me hipnotizaron, el sabor de sus labios, la sensación de sus manos...
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La Herencia Blackwood
Mistério / SuspenseA lo largo de nuestras vidas nos enfrentamos al dolor, en ocasiones por nuestra culpa y en otras por segundas personas. Pero no hay dolor más grande que el de perderlo todo, casa, amigos, familia y a ti mismo. No existe nada peor que perderse a sí m...