Capítulo 12

61 4 2
                                    


Después de que el señor Gerauld terminara de reprenderme se marchó como si nada, mientras que los hermanos Dagger me miraban con arrepentimiento. El joven Benedict trató de pedirme disculpas, pero yo estaba llena de emociones negativas, por su bien no me quede a escucharlo.

No dejo de darle vueltas a la cama, ya me he duchado y cambiado con la intención de entrar en calor, pero la sensación de culpa no me deja dormir, debí haber pensado en todo lo que el señor Gerauld me explico esta mañana.

«— Tu abuela no formaba parte de la mafia, tu abuela era la mafia inglesa —confiesa con un tono de orgullo en su voz—. Tu familia ha formado parte de la mafia desde mucho antes de que tú nacieras, los Blackwood representan una pieza en el tablero.»

El recuerdo de su confesión hace eco en mi cabeza, sigo sin entender el porque mi nain jamas me hablo de que formaba parte de una organización de mafias, corrección de que los Blackwood forman parte de una organización de mafias, la idea me hace querer ponerme a llorar.

Resoplo quitándome la cobija que me tapa, salgo de la cama agarrando una bata para tapar mi camisón, descalza avanzó hasta la puerta, la cual abro con cuidado, evitando que produzca un sonido que avise a los habitantes de esta casa que estoy saliendo de mi cuarto.

Camino hasta las escaleras con sumo cuidado de no hacer ruido, al bajar reviso que no vaya a toparme con alguien, sigo así hasta llegar a la cocina.

Hiervo un poco de leche en la estufa, reviso de reojo la leche en lo que tomo una taza de los estantes. Vacío la leche caliente en la taza, agrego un poco de miel para endulzar, soplo antes de beber.

Opto por terminar mi leche en la sala, emprendo camino a esta sin dejar de estar alerta.

Los árboles se mueven con violencia ante los fuertes golpes del viento.

Bebo mi leche sin despejar la vista de la ventana.

Despego la mano de la taza, apartándola de la fuente de calor, para detallar el proceso de curación de mi herida.

Los puntos han comenzado a saltar, lo que significa que la piel ya se está pegando, pero la rojez y picazón aún no disminuyen, acarició con el pulgar la parte más afectada, donde se encontraba el cristian enterado.

— No deberías estar dormida ya —pegó un brinco al escuchar la profunda voz del pelinegro.

Volteo percatandome de su deplorable apariencia, su cabello está despeinado y lleno de ¿arena? Tiene una herida profunda en la mejilla, el labio partido, bajo la mirada. Me sorprendo al ver su vestimenta, lleva una chaqueta de cuero negra, por debajo de esta lleva una camisa interior blanca, ni tanto, porque está llena de tierra y sangre...

— ¡Oh por dios, tus manos! —exclamó alarmada al ver la cantidad de sangre que escurre de estas.

— Tranquila —ríe sin separar sus labios de una sonrisa pícara—. La mitad de la sangre no es mía.

Lo miro incrédula como si lo que acabara de decir minimizara la gravedad de las heridas.

Camino dejando la taza sobre la mesa cafetera en el camino, al estar más cercas puedo ver la gravedad del asunto.

Sujeto sus brazos con firmeza, levantandolas para revisar sus heridas, tiene los nudillos reventados, la sangre sale escandalosamente de la piel abierta. Lo que más me preocupa es su falta de sensibilidad, tal parece que no le duele.

— ¿Cómo se hizo esto? —preguntó angustiada ante lo profundas que son las heridas.

— En una pelea —responde sin darle mucha importancia.

La Herencia BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora