Capítulo 20

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El aire golpea contra mi rostro con suavidad.

Hoy Inglaterra amaneció con un clima agradable, tanto que Dylan y yo aprovechamos la salida del sol para sentarnos en el pasto justo enfrente del lago.

Después de desayunar tomamos un par de sábanas, cojines y aperitivos para disfrutar una tarde en el exterior. Acarició el sedoso cabello de Dylan, su cabeza descansa en mis muslos mientras que todo su cuerpo está recostado sobre la sábana que nos cuida del pasto.

El silencio se disfruta como si fuera a desaparecer en cualquier momento, logré reprimir las emociones negativas del día de ayer, porque la compañía de Dylan, el silencio me hizo bien. Terminamos de comprar lo que en verdad necesitaba, y regresamos por separado. Desde entonces no he cruzado palabras con el pelinegro.

— Me pasas una fresa, por favor —pide haciendo ojitos.

Me inclino, tomando un par de fresas y un par de cerezas de los recipientes que descansan sobre el improvisado picnic, le extiendo las fresas, no duda en devorarlas, niego divertida antes de llevar mis cerezas a la boca.

La dulzura que desprende la cereza me reconforta, al ser algo familiar.

Cereza.

Observo mi alrededor con atención, el puente hacia el lago está a unos cuantos metros, los árboles se mueven ligeramente, casi innotable, las pequeñas flores silvestres nos rodean dando un aire natural.

Respiro hondo embriagándome del aroma a madera y...¿menta?

Giro mi cabeza, mirando a mis espaldas, suelto el aire al percatarme de la presencia de cierto pelinegro, muevo mi pierna con sutileza, Dylan abre los ojos, mirándome con extrañeza, mi cabeza señala el lugar con discreción.

Dylan se levanta sobre sus codos para observar, bufo ante lo cero discreto que fue.

— Nick —saluda con compromiso.

— ¿Vienes a soltar más comentarios hirientes o a disculparte? —inquiero mirándolo desde mi hombro.

— Dejanos solos —ordena con rudeza, en dirección a su hermano.

— No cre...

— Está bien, cariño —aseguró, sonriéndole.

Se levanta de su lugar, me da una mirada dubitativo antes de marcharse. Sigo con la mirada como se pierde entre el jardín y el huerto, hasta llegar a la puerta trasera de la casa.

Fijo mi vista en el pelinegro, quien me observa sin hablar. Levanto la ceja expectante.

— Si no piensas disculparte, vete.

— Lo siento.

— Patético —respondo ante lo forzado de su disculpa.

Bufa, humedeciendo su labio inferior. Pasa saliva antes de hincarse a mi altura.

— Lo siento —sus ojos no reflejan ningún sentimiento, no logro descifrar si miente o si dice la verdad, acepto su disculpa con un leve asentimiento. Llevo una cereza a mi boca—. Nunca estuvo en mis intenciones lastimar tus sentimientos, tus ideas, sueños son importantes, me importan, es solo que...

— ¿Qué? —insisto.

Parpadea enfocándome, niega con una mueca.

— Nada.

Optó por no insistir, con este hombre nunca se sabe.

— ¿Estamos bien? —inquire con intento de sonrisa.

— No —aclaro—, pero lo estaremos.

Asiente levemente, su mirada se desvía a un grupo de flores silvestres. Arranca una con cuidado de no lastimar las otras, me la extiende.

La Herencia BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora