Capítulo 25

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Advertencia: Mención sexual (dedeo), a mitad del capítulo, justo después de los tres puntos.
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Nicholas Dagger.

Dejo caer el lápiz al suelo con frustración.

Observo los bocetos que llevo, son un asco.

Masajeo mis sienes al sentir ese jodido dolor de cabeza.

Tomo uno de los bocetos entre mis manos, el sujeto está demasiado ladeado, dando una errónea idea de lo que en realidad quiero expresar, si tan solo tuviera un modelo al cual copiar.

Reviso los otros bocetos, buscando uno mínimamente aceptable.

Con un par de borrones y trazos, logro arreglar uno de ellos, detallo la figura femenina que he formado, las piernas cortas, llenas, curvas marcadas, esas caderas, mierda... Esos pechos, enormes.

Elizabeth.

A veces mi imaginación se toma las cosas muy en serio.

Detallo minuciosamente el dibujo, qué de sólo mirarla pude captar su imagen.

Bufo irritado al sentir ese tirón en mi entre pierna, ahora no solo está en mis sueños también atormente mi mente artística. Está en todas partes.

Paso la punta de mis dedos por el trazo, siguiendo la línea de su mandíbula. Tiene un rostro perfecto, digno de retratar, esos ojos eclipsarian cualquier obra de arte en un museo, su sonrisa iluminaria la vitrina, pero no creo encontrar la pintura correcta para sus labios.

Tres toques en mi puerta me hacen salir de mis fantasías.

Escondo los bocetos en mi portafolio.

— ¡Adelante! —grito.

Dylan aparece afligido, me enderezo acercándome a él, reviso su rostro, dando con una marca de una bofetada, por el color deduzco que es reciente.

— ¿Qué carajos te pasó? —pregunto sintiendo la ira recorrer cada vena en mi ser.

— Está enojado —susurra tembloroso.

Levanto su mentón cuando baja la mirada, esos brillantes ojos verdes me miran cristalizados.

— Ya habíamos hablado de esto, Dylan.

— Intente pararlo, lo juro —su voz se rompe, me mira con intensidad—. Lo siento, Nick.

— Buen trabajo, eres muy valiente—sujeto sus mejillas con fuerza—. Lo intentaste.

Asiente levemente, inseguro.

Limpio la lágrima que escapa de su ojo, tomo el costado de su cabeza, apoyando mi frente en la suya, consolandolo silenciosamente.

— Quiere verte —confiesa en un susurro.

Me alejo suavemente, revisando por última vez esa marca roja.

— Ponte hielo —ordeno.

Salgo de mi alcoba con pasos firmes, ni siquiera me molesto en cubrir mi torso desnudo.

Bajo las escaleras dando vuelta en el pasillo que da a la nueva oficina de quien se dice llamar mi padre, mis plantas de los pies pueden sentir el frío del suelo.

Abro la puerta sin tocar.

— ¿Qué quieres? —pregunto con fastidio.

— Se dice mande —responde mirándome con desagrado—. Hijo de pera.

— Soy tu hijo ¿no? —sonrio con altanería.

— Alexander —hace un mediocre intento de advertencia al llamarme por mi segundo nombre.

La Herencia BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora