Capítulo 30

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Suspiro completamente cansada.

Resulta que ponerme al corriente con las materias no es nada fácil.

Espero que mi paquete de gomitas caiga de la máquina expendedora.

Frunzo el ceño al escuchar un golpeteo de zapato constante contra el suelo, volteo a mi derecha, lugar donde proviene el ruido.

Detallo la presencia de la linda castaña con boca hiriente.

— Abby —saludo intentando ser amable.

— Abby solo para los amigos —responde con una sonrisa falsa—. Tú puedes llamarme Brown.

— Entiendo.

Muerdo mi mejilla con nerviosismo volviendo mi mirada a la máquina.

— Supongo que Dylan mencionó una disculpa.

Las gomitas caen por fin, me inclino recogiéndolas.

— Si lo hizo.

Enfocó mi atención en la castaña.

— Bueno... no debí llamarte así.

— No, no debiste —concuerdo.

— Pero sabes por qué lo hice.

— De hecho no —confieso confundida.

Ríe barriéndome con la mirada, juzgando mi apariencia.

— Eres hermosa lo admito —asiente sin borrar esa sonrisa, me remuevo incómoda—. Creo que por eso llamaste su atención. Al final es una manía que no puedes borrar, puedes verlo en Benedict revolcándose con cualquiera que muestre la más mínima atención en él, o en Nicholas siendo bastante selectivo con sus conquistas, sólo las más bonitas.

— Disculpa.

Se acerca hasta quedar a una distancia donde solo nosotras escuchamos lo que dice la otra.

— Una herencia imposible de desligarse —murmura sugerente—. Es algo que aprendieron de su padre, tener putas a montones.

Abro los ojos incrédula, me alejo sin poder creer.

— Estás equivocada.

— ¿Lo estoy?

— Si —aseguro.

— Está bien, no puedo contra ello. Quiero a Dylan, en verdad lo hago —confiesa pareciendo honesta, no puedo leer a esta chica—. Pero déjame recordarte que las cosas entre Jackie Kennedy y Marilyn Monroe no terminaron muy bien.

Rió incrédula al entender sus verdaderas intenciones.

— No viniste a disculparte, viniste a amazarme.

— ¿Te sientes amenazada, Elizabeth? —pregunta burlándose de mí.

— Para nada —aseguró sonriendo, levantó la mirada obligándola a mirarme a los ojos—. Pero tú si ¿no es cierto?, toda esa intimidación, esos insultos solo esconden cuál amenazada te sientes.

— Escucha...

— No —bramo molesta—. Tu escucha, no se que haya paso entre ustedes pero el te ama, en verdad lo hace, profunda y honestamente, Dylan no merece que hables así de él.

— ¿Cómo sabes eso? ¿Platican después del sexo? Dime Elizabeth cómo se siente tener la verga de ...

No soy consciente de lo que hago hasta que mi mano se estrella contra su mejilla, el golpe resuena.

Gira su rostro con una sonrisa, de un brusco movimiento me sujeta la muñeca con fuerza.

— Escúchame bien pequeña perra —susurra intimidante sin despegar su vista de mi, su agarre se vuelve más fuerte llegando al punto de lastimarme, abro los ojos alarmada—. Puedes cogértelo hasta que te canses de él o cuando él se canse de ti, pero él es mío. Yo llegué primero, su corazón es mío, y no sabes de lo que soy capaz por mantenerlo de esa manera.

La Herencia BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora