Capítulo 28: "La boda (Parte 4)

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Fina dejó el sobre con una precisión casi ceremonial, exactamente en el mismo lugar donde Marta lo había colocado originalmente. Suspiró profundamente, mientras sus manos temblorosas recorrieron sus brazos, buscando un consuelo que no llegaba. El ambiente que rodeaba a ese sobre y la carta que contenía parecía impregnado de una amenaza silenciosa, algo que la hacía sentir como si una sombra se hubiera instalado en sus pensamientos. Algo tan esencial para ella y Marta se había transformado en un objeto de peligro contra ellas.

Con una lentitud casi involuntaria, se dejó caer en el borde del escritorio, apoyando ambas manos en sus extremos, sintiendo la fría madera bajo sus palmas. Bajó la mirada, y su cabello cayó en mechones desordenados sobre su rostro, ocultando parcialmente sus ojos que se cerraron con suavidad. En su pecho sentía la ansiedad de leer la carta. Pero sabía que debía respetar el momento de Marta, aunque la espera la torturara.

Un atisbo de sonrisa cruzó sus labios, pero no llegó a iluminar sus ojos. ¿Y si, después de todo, la carta era lo que ella esperaba? ¿Y si contenía aquellas palabras que podrían cambiarlo todo? Se llevó dos dedos a los labios, acariciándolos con suavidad, imaginando la posibilidad de que Marta la besara tras leerla. Pero luego, como un jarro de agua fría, la duda la sacudió. ¿Y si no había nada sobre el amor? ¿Y si sus esperanzas no eran más que ilusiones? La decepción la golpeó con fuerza, y una sonrisa amarga se dibujó en su rostro, sintiéndose estúpida por haber permitido que sus pensamientos la llevaran tan lejos.

Se levantó bruscamente del escritorio, como si necesitara moverse para escapar de sus propios pensamientos. Se llevó una mano al pecho, intentando calmar el dolor sordo que sentía. Sabía que la carta había sido robada, y todo indicaba que Jesús estaba detrás de ello. Manuel podría ser el que actuara de cara al público, pero Fina sabía que Jesús era el verdadero titiritero. El contenido de esa carta, si llegaba a ser revelado, podría tener consecuencias devastadoras.

Determinada, se enderezó y alisó su vestido con manos firmes, intentando tranquilizarse. Con la mirada algo dura, Fina salió del despacho cerrando la puerta con cuidado.

Mientras caminaba por el pasillo, el sonido de sus tacones resonaba en pulcro piso, casi ahogándose en el lujo del entorno. Al salir al salón, fue recibida por una multitud de rostros conocidos. La mayoría la reconoció de inmediato; algunos la saludaron con un leve gesto de cabeza, mientras que otros se acercaron a estrecharle la mano. Eran colegas, contadores de otras empresas, y personas con las que había coincidido en reuniones de trabajo. A pesar de la formalidad del evento, Fina se sentía sofocada por la necesidad de mantener una fachada tranquila y segura.

Su objetivo era el jardín, donde esperaba encontrar un respiro entre las flores y la brisa fresca del día. Sin embargo, su atención se desvió cuando vio a Esther, quien estaba de pie al borde del salón, observando la escena del jardín con una expresión que se suavizó en cuanto sus ojos se encontraron.

Fina sintió una oleada de alivio al ver a Esther aparecer entre la multitud. Sin embargo, no pudo evitar que una preocupación latente se filtrara en su mente. Habían sido momentos de tensión, y la ausencia de Esther durante tanto tiempo solo había intensificado sus temores.

—Te desapareciste un buen rato —comentó Fina, intentando que su voz sonara despreocupada mientras una sonrisa nerviosa se dibujaba en sus labios. Sus ojos, sin embargo, traicionaban su intranquilidad mientras buscaban los de Esther, intentando descifrar lo que había ocurrido.

Esther asintió con serenidad, pero había algo en la firmeza de su mirada, una chispa de determinación que no pasó desapercibida para Fina.

—Sí, todo está bien —respondió Esther suavemente, aunque en su tono se percibía un trasfondo que sugería algo más—. Solo fui a buscar lo que necesitaba.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora