Capítulo 5: "Una bofetada, vino y negocios en el restaurante de Madrid"

1.4K 117 7
                                    

Marta quería decir algo, pero tenía miedo de que sus palabras salieran como chillidos. Afortunadamente, Fina estaba igual de nerviosa. Era una situación pareja.

Marta no podía dejar de mirar el cuello de Fina, sus labios de rojo y la sombra oscura de sus ojos que resaltaba en su piel blanca y tersa. Sintió una sed que al principio interpretó como envidia, pero pronto se dio cuenta de que era algo más. No era una emoción negativa, sino una mezcla de felicidad y placer al verla. Era algo prohibido, un sentimiento cálido que le resultaba incorrecto pero que le brindaría satisfacción si se dejaba llevar. Sabía que no podía permitirse fluir con ese sentimiento, por más tentador que fuese.

Fina, por su parte, observaba el delicado maquillaje de Marta, que realzaba sus ojos y combinaba perfectamente con sus pendientes. Juró que los ojos de Marta se veían más azules que en días anteriores. Se sentía afortunada de contemplar su rostro y la sensualidad que emanaba de su presencia segura. Marta parecía capaz de seducir cualquier negocio, pensó Fina. Su seguridad era tan evidente que podía dejar a todos atónitos en una habitación. Fina se sintió incómoda al darse cuenta de la magnitud de su problema: era inaceptable que sintiera algo por Marta.

—Marta. —Fina se aclaró la garganta, rompiendo el embriagador silencio—. Te ves espectacular. ¿Sabes a qué hora estará el taxi afuera del hotel? —Evitó la mirada de Marta con cuidado para no parecer forzada.

—Te ves encantadora, Fina. —confesó Marta, manteniendo la vibra embriagadora. Fina se quedó mirándola, un poco perdida, sin saber cómo responder.

—Gracias —sonrió mirando las palmas de sus manos. Al alzar la vista, se encontró con los intensos ojos azules de Marta—. Bueno, no quiero sonar tediosa con el tema del taxi.

—Sí —Marta cogió su bolso y carpeta con rapidez, y del perchero tomó su abrigo beige—. Está afuera esperando, de hecho.

—No creo que sea necesario que lleves abrigo —mencionó Fina sin pensarlo mientras recogía su propio bolso y carpeta—. Parece bastante soleado.

—Claro, pero prefiero llevarlo —Marta se vistió su abrigo y esperó a Fina en el marco de la puerta—. Después de ti, Fina.

—No lo llevaré —dijo dejando su abrigo en el perchero y saliendo rápidamente de la habitación para evitar el contacto estrecho con Marta.

Ambas se subieron al coche que las esperaba. Ninguna quiso hablar mucho durante el viaje; cada una tenía un nudo en la cabeza por la cena de nervios. A veces, cuando cruzaban miradas, se regalaban amplias sonrisas que desembocaban en carcajadas, sin saber el motivo de tanta gracia.

En el corazón de Madrid, se encontraba "La Época", un restaurante de elegancia refinada. Al atravesar sus puertas, se es recibido por un vestíbulo adornado con mármol blanco y negro, pulido hasta brillar como un espejo. Las paredes estaban decoradas con paneles de madera oscura y tapices que representan escenas pastorales, aportando un aire de sofisticación y tranquilidad. El comedor principal era un espacio amplio y luminoso, con grandes ventanales que permitían la entrada de la luz natural durante el día, y que por la noche se iluminaban con candelabros de cristal colgantes. Las mesas, cubiertas con manteles de lino blanco impecable, estaban dispuestas de manera que cada comensal disfrutara de privacidad y confort. Los cubiertos de plata y la vajilla de porcelana fina con detalles dorados completan la exquisita puesta en escena. El ambiente estaba impregnado de un suave aroma a flores frescas, provenientes de arreglos florales cuidadosamente dispuestos en cada mesa y en los rincones estratégicos del salón. Una música suave, interpretada por un cuarteto de cuerda en un rincón del comedor, añadía una capa adicional de elegancia y serenidad, permitiendo conversaciones discretas y relajadas entre los asistentes. Los camareros, vestidos con esmoquin negro y guantes blancos, se movían con precisión y gracia, atendiendo a los comensales con una profesionalidad impecable. Cada plato es una obra de arte, cuidadosamente presentada para deleitar no solo el paladar, sino también la vista. En el menú se encuentran delicias como el solomillo de ternera al foie gras, acompañado de un delicado puré de trufas, y el lenguado a la menier, presentado con una guarnición de verduras de temporada dispuestas en una armoniosa paleta de colores. En una esquina, el maître, un hombre de porte distinguido y trato afable, se aseguraba de que cada detalle esté en su lugar, desde la temperatura del vino hasta la disposición de los cubiertos.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora