Capítulo 29: "¿Esto significa enamorarse de alguien?"

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Fina abrió la puerta de su apartamento con un suspiro suave, aunque una sonrisa sincera iluminaba su rostro. El cansancio del día aún la acompañaba, pero el simple hecho de estar de vuelta en su hogar, y tener a Marta con ella, lo hacía todo más llevadero. Marta la seguía de cerca, con la misma sonrisa, aunque sus movimientos reflejaban el malestar que sentía en los pies tras haber estado todo el día en tacones. Al cerrar la puerta con suavidad, sus hombros se relajaron un poco, como si el peso del día comenzara a disiparse.

Fina caminó hacia las ventanas, cerrándolas con cuidado, sintiendo el frío de la madera helada en la yema de los dedos.

—Está algo frío —comentó mientras giraba hacia Marta, quien se había quedado cerca de la entrada, observándola.

—Sí, lo está. Ya es tarde, y el frío de la noche está por llegar —respondió Marta con una sonrisa que, aunque sencilla, llevaba algo más, un brillo en los ojos que delataba lo que sentía en ese momento.

Fina dio un par de pasos hacia Marta, manteniendo sus manos cruzadas detrás de su espalda, su andar suave, como si disfrutara de la proximidad creciente entre ambas.

—Voy a encender la calefacción —dijo, su tono bajo, como si quisiera prolongar el momento en el que estaban sólo ellas dos—. Pero, ¿qué te parece si pones la tetera en la cocina? Voy a buscar algo más cómodo para que podamos estar relajadas.

Marta asintió, pero no dijo nada al instante. Su mirada, que hasta entonces había seguido los movimientos de Fina, se desvió hacia sus labios, y la sonrisa que se formó en su propio rostro fue más suave, más íntima. Algo en su pecho revoloteaba con fuerza, como si el simple hecho de estar allí, compartiendo ese instante, fuera suficiente para hacer que las mariposas en su estómago se despertaran.

—Me parece bien —murmuró finalmente, en un tono amigable, pero con un deje de emoción que no podía ocultar—. Ve a cambiarte, y luego me prestas algo de ropa. Estos vestidos son hermosos, pero estar todo el día con ellos... —dijo con una risa ligera, antes de deslizar su mano y acariciar la tela de la falda de Fina con un gesto suave—. Cómodos no son.

El toque de Marta sobre su falda fue sutil, pero hizo que Fina sintiera un leve cosquilleo que subió por su espalda. Mantuvo su sonrisa, aunque sus labios se apretaron por un instante, como si necesitara contener lo que sentía.

—Si prefieres, hay vino en la despensa. Esther me regaló unas botellas —dijo Fina, mirándola con una intensidad que hizo que Marta bajara la mirada un segundo, nerviosa.

—No, gracias —respondió Marta, negando lentamente, su sonrisa cargada de una ternura inesperada—. Lo único que quiero es una infusión, algo tibio y cómodo. No quisiera arruinar este momento con alcohol —añadió en un susurro, mientras soltaba el vestido de Fina y comenzaba a deshacer el moño con naturalidad que había llevado todo el día, dejando caer su cabello sobre sus hombros con un movimiento que hizo que Fina cerrara los ojos por un instante, disfrutando del aroma limpio y fresco que flotó en el aire—. Prefiero estar cien por ciento presente aquí, contigo.

El corazón de Fina dio un pequeño salto en su pecho. El aroma del cabello recién suelto de Marta la rodeaba, y ese gesto, tan simple, tan cotidiano, la hacía sentir algo cálido en su interior. Pasó sus manos por su propio cabello, sacándose con delicadeza algunas de las flores que había usado como adorno. Marta, con esa misma sonrisa encantadora, se inclinó un poco para ayudarla, sus dedos rozando las suaves hebras de Fina mientras retiraba una a una las flores que quedaban.

—Deberías quitarte el trenzado de tu cabello también —dijo Marta, colocándole la última flor en la mano con un gesto delicado.

—Vale.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora