Capítulo 18: "Si no se aman, no deberían tener estos encuentros"

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Marta sintió que la sangre dejó de fluir por su cuerpo y que el oxígeno simplemente no entraba a sus pulmones. El dolor en su cabeza, garganta, pecho y estómago se unificaba en una sola agonía. Su cuerpo reaccionaba al terror de ser descubierta. Un zumbido sutil llenaba sus oídos, pero solo lograba escuchar a Fina sin entender.

Apretó los ojos con fuerza y tragó hondo, rogando salir del trance en el que estaba inmersa. No lo logró.

—Jacques, necesito que me escuches —dijo Fina, mirándolo con súplica—. Te lo puedo explicar.

—Es que no sé qué otra explicación puede haber —respondió Jacques, colocando una mano sobre su cadera y ajustando levemente su corbata con incomodidad—. No necesito que me lo expliques.

—Necesito explicártelo —dijo Fina, tragando en seco y sintiendo dolor muscular en sus manos y piernas—. Fue un beso solamente.

—¿Tú sabes lo peligroso que es esto? —preguntó Jacques con indignación, frunciendo aún más el ceño.

Fina apretó la mandíbula y frunció los labios con enfado. Realmente estaba muerta de miedo, pero ¿qué más podía hacer si las habían pillado in fraganti? Miró de reojo a Marta, quien estaba pálida y mirando al piso.

—Por supuesto que lo sé —respondió Fina, con semblante a la defensiva, frunciendo el ceño y entreabriendo la boca.

—No te hagas la ofendida —dijo Jacques riendo suavemente, mientras miraba el techo y luego posaba su mirada fría en ella—. Es un peligro para todos.

—Yo la besé —confesó Marta, dando un paso adelante con la mirada llena de determinación y su corazón lleno de miedo.

Fina la miró sorprendida y Jacques tuvo la misma reacción. Luego negó con la cabeza y levantó una mano.

—No me importa quién besó a quién. De hecho, no me molesta que se besaran —suspiró con pesar, cruzando los brazos con molestia—. Lo que me escandaliza es que...

—¿Escandaliza? —preguntó Fina, cruzando los brazos y soltando una suave risa irónica.

—Sí —respondió Jacques, mirándola con reproche—. Lo que molesta y escandaliza es que quien las pillara no fuese yo, sino alguien a quien realmente deberían temer. Estamos en mil novecientos cincuenta y ocho, en una España nada tolerante, bajo una dictadura que penaliza con la cárcel este tipo de actos.

Fina mordió sus mejillas con fuerza, destensando los brazos con resignación.

—¿Acaso no deberíamos temerte? —preguntó Fina, mirándolo a los ojos.

Jacques mantuvo inicialmente una mirada dura, luego la suavizó al ver los ojos de Fina y luego los de Marta. Suspiró, mirando el aspecto ausente de Marta, y alzó la mirada.

—Mi padre es español. Crecí con él en España mientras mamá triunfaba en Francia hasta los quince años. Ella tiene el acento mucho más marcado que el mío —esbozó una leve sonrisa—. En Francia pude ser yo, no como a en la adolescencia en España.

Marta alzó la mirada al chico. Sus manos estaban heladas y algo de sudor se notaba en su sien. Al encontrarse con esos ojos azules que mostraban terror y desesperación, Jacques no supo dimensionar el tornado de emociones y pensamientos de Marta. Era empatía. Solo era una mujer descubriendo una identidad.

La identidad, ese conjunto de creencias y valores que creemos propios, ¿es realmente nuestra o es un constructo impuesto por la sociedad y el entorno en el que vivimos? Desde pequeños, nos han inculcado qué pensar, cómo actuar, y quiénes deberíamos ser, moldeando nuestra esencia según estándares ajenos. Pero, ¿qué sucede cuando una crisis, un evento detonante, desmorona ese frágil andamiaje? Para Marta fue una caricia, beso, toque o cualquier interacción con Fina. De repente, nos encontramos desnudos de certezas, obligados a confrontar el vacío de no saber quiénes somos realmente. ¿Es fácil reconstruir una identidad auténtica desde el miedo y la incertidumbre?

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora