Jaime estaba recostado en la cama, sumido en un sueño profundo. Los primeros rayos del sol se filtraban por la ventana, acariciando el rostro de Marta, quien permanecía despierta, con los ojos fijos en el techo. Su expresión era tranquila, pero sus ojos reflejaban una preocupación latente, una tensión que llevaba días acumulándose en su interior. Con las manos entrelazadas sobre su pecho, Marta escuchaba el ritmo pausado de la respiración de su esposo, un sonido que en otro tiempo quizás le habría resultado reconfortante, pero que ahora sólo acentuaba el vacío que sentía en su interior.
Jaime estaba medio destapado, acostado de lado, con el rostro dirigido hacia ella, ajeno a la tormenta interna que se desataba en Marta. Ella había despertado mucho antes de que sonara el despertador, algo inusual en un sábado que ambos habían acordado tomar como un día libre, sin responsabilidades ni prisas para ayudar a organizar los últimos detalles de la boda de Andrés. Se preguntó a sí misma por qué ya no podía disfrutar del simple placer de quedarse en la cama junto a su esposo, e intentó culpar a su reloj biológico, a ese ritmo circadiano que regulaba sus horas de sueño. Pero, en lo más profundo de su ser, sabía que la verdadera razón de su desvelo era otra, algo que se había intensificado desde la última llegada de Jaime.
Marta quería a Jaime. O, al menos, eso era lo que se suponía que debía sentir. Era su esposo, el hombre con quien había compartido años de vida, pero desde hacía tres semanas no había sido capaz de darle un beso por iniciativa propia. Podía abrazarlo, entrelazar sus manos con las de él, gestos que le resultaban cómodos, pero la idea de acercarse más, de intimar con él, le resultaba impensable. Su matrimonio nunca había sido especialmente apasionado, pero había una rutina de cercanía física que ambos mantenían, sobre todo en esas dos ocasiones al año en que Jaime regresaba a casa por alguna festividad o acontecimiento especial. Jaime nunca la había presionado, siempre asumió que Marta era una persona menos afectuosa, y en todos esos años de matrimonio, esa dinámica había sido suficiente para él.
Sin embargo, para Marta, la situación había cambiado drásticamente. Ahora, cualquier contacto físico con Jaime se sentía casi burdo, especialmente después de haber experimentado lo que era estar cerca de Fina. Fina, con su presencia que hacía vibrar cada fibra de su ser, con su perfume que se había quedado impregnado en la memoria de Marta. ¿Cómo podía compararse eso con el roce de su esposo, que ahora le parecía casi un deber, un rol matrimonial que debía desempeñar por compromiso y no por deseo?
Con Fina, Marta había descubierto que los besos sí podían causar mariposas en el estómago, por cursi que sonara. Estar con Fina era una cuestión de pasión, de un deseo incontrolable que contrastaba dolorosamente con la sensación de rutina que le provocaba estar con Jaime. Sólo se habían besado y tocado, y aun así, esos encuentros furtivos habían hecho que cualquier intento de intimar con Jaime se volviera insoportablemente vacío. Marta se preguntaba qué habría pasado si hubieran ido más allá, si hubieran llegado a consumir el acto sexual. "Sería mi perdición," pensó, consciente de que esos besos a escondidas, cargados de vino y deseo, habían puesto en evidencia la insatisfacción de su vida matrimonial.
Suspiró con tristeza y cerró los ojos, tratando de volver a dormir. Comenzaba a sentir el peso del cansancio en los párpados cuando una mano cálida se posó sobre su vientre. Marta abrió los ojos de inmediato, sobresaltada, con un nudo de angustia en el estómago. Era la mano de Jaime, claro, no había nadie más en la habitación, pero aun así, la presencia de su esposo no lograba calmar su sobresalto. La mano de Jaime permaneció quieta sobre ella, mientras él se acercaba lentamente.
—¿No puedes dormir, cariño? —susurró Jaime con la voz pastosa por el sueño—. Aún nos quedan horas para descansar.
Marta permaneció inmóvil, sintiendo una ola de incomodidad que la mantenía tensa. Jaime, al no recibir respuesta, se incorporó ligeramente, apoyándose sobre sus codos, y la miró con preocupación.
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Toledo, 1958.
FanficEn 1958, Fina Valero, con el esfuerzo de su padre, se traslada a Barcelona a los 18 años para estudiar Finanzas y Contabilidad. Diez años después, regresa a su pueblo natal sin entusiasmo, obedeciendo la solicitud de su padre, con la intención de qu...