Capítulo 4: "La chispa"

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Marta estaba cómoda bromeando y conversando con Fina. Hacía tiempo que no tenía una amiga tan especial y cercana. Aunque se llevaba bien con Claudia y Carmen, nunca llegaba a profundizar tanto. Marta era reservada e introvertida, y ellas lo sabían. No tenía problema en convivir con personas que no conocía, siempre y cuando hubiera poca conversación, durara unas pocas horas al día y estas personas no fueran tan curiosas como para entrometerse en cosas personales. Con las personas cercanas, Marta se soltaba más y era mucho más receptiva. Sin embargo, para ser una persona cercana de Marta, debía pasar muchísimo tiempo con ella y algún tema reincidente para que pudiesen formar un lazo.

En una semana, Fina empezaba a estar encasillada como una persona cercana para Marta. Vivían juntas, trabajaban juntas y comían juntas. Todo era en silencio, pero la presencia bastaba para que se sintieran entre las dos. Marta estaba tranquila compartiendo en silencio. Fina, en cambio, no soportaba esa indiferencia; quería conversar y compartir. Quizás Marta no estaba acostumbrada a eso, y, por supuesto, no lo estaba. Pero ahora lo estaba intentando. Al final, Fina no iba a desaparecer pronto de su vida y era mejor acostumbrarse.

Marta estaba tan cómoda en esa cama de hotel. Escuchar a Fina por horas era lo más entretenido de la semana. Igual, la comparación podría resultar burda, considerando que había pasado la semana viendo números, datos, etiquetas, tratando con empleados y mil cosas aburridas de oficina y trabajo. Marta miraba a Fina con detención mientras la escuchaba. A veces pensaba que su rostro se parecía un poco al de su madre, pero en ocasiones tenía facciones idénticas a su padre. Luego, pensó en lo lindo de su rostro. Esos ojos almendrados y profundos tenían una mirada tan pura y humilde. Marta sonreía al pensar en la ternura de su mirada. Su nariz, delicada y recta, encajaba perfectamente con su rostro desde cualquier ángulo. Marta pensó mil veces, mientras Fina hablaba, si era correcto mirarle los labios. Lo hizo. Eran entre rosados y rojizos. Al cerrar su boca, se veían carnosos, pero al sonreír, su labio superior se perdía sobre sus dientes en una amplia sonrisa. Sus dientes eran grandes y blancos. Aunque casi nunca estaba tan cerca de Fina, su aliento era tibio y agradable. También pensó en el rico aroma que emanaba de su cuello. Tres horas después de bañarse, Fina aún tenía un olor a limpio, mezclado con su aroma natural. Era increíble cómo brillaba su cabello castaño oscuro, siempre sedoso y limpio.

Mientras Marta sonreía, analizando a Fina y pensando en lo cómoda que estaba con ella, tocaron la puerta.

—¿Esperabas a alguien? —preguntó Marta, un poco molesta, tapándose más con las sábanas.

—No, a nadie. —Fina se levantó extrañada de la cama y se colocó sus zapatillas de noche. Fue rápidamente a su maleta para sacar la bata y vestirla antes de abrir la puerta.

Al abrir la puerta, Fina se encontró con Gabriel, quien lucía un poco desarreglado: sin corbata, con la camisa algo abierta y una amplia sonrisa en el rostro.

—Debo admitir que chantajeé al de recepción para conseguir tu número de habitación. Mi turno de trabajo ya terminó, pero aún hay música y champán —dijo Gabriel, mirando a Fina con una sonrisa bobalicona—. Estoy agotado, pero me encantaría invitarte a cenar. Aunque son las diez de la noche, aún quedan mesas disponibles.

—Es muy tarde —respondió Fina, girándose para ver el reloj de la habitación. Eran las diez y cuarto exactamente. Marta, que estaba observando con seriedad, hizo que Fina se sintiera nerviosa de inmediato.

—Hoy no puedo, Gabriel. Mañana debo levantarme temprano para conducir y necesito estar al cien por ciento —dijo Fina, acariciando suavemente la mejilla de Gabriel con ternura—. Muchas gracias por chantajear al de recepción —rió por lo bajo— pero esta vez debo pasar.

—Si quieres, ve. No estás en horario laboral —intervino Marta, con indiferencia mientras observaba sus manos.

La petición de Gabriel le parecía muy fuera de lugar por el horario y las circunstancias, pero como ya no quería tener enfrentamientos con Fina, prefería ceder más la cuerda.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora