En el corazón del encantador barrio del Eixample en Barcelona, se encontraba el elegante atelier de Élise Dubois, una diseñadora de vestidos de novia francesa cuya reputación había cruzado fronteras. La tienda, situada en un edificio modernista, era un reflejo del buen gusto y la sofisticación que caracterizaban las creaciones de Élise.
Al entrar, los visitantes eran recibidos por una mezcla embriagadora de suaves fragancias florales. Las paredes, de un blanco impoluto, estaban adornadas con molduras doradas y espejos antiguos que reflejaban la luz natural que se filtraba a través de las grandes ventanas arqueadas, cubiertas con cortinas de encaje. El suelo de parquet de roble crujía suavemente bajo los pies, añadiendo un toque acogedor y nostálgico al ambiente.
En el centro del atelier, sobre maniquíes de madera tallada, se exhibían los vestidos de novia más exquisitos. Había vestidos de seda pura, con delicados encajes de Chantilly que parecían casi etéreos. Otros vestidos, confeccionados con tafetán y organza, tenían largas colas y detalles de pedrería que brillaban como estrellas bajo la luz del sol. Cada creación era una obra de arte, meticulosamente elaborada y única, esperando a la novia perfecta para lucirla.
Élise Dubois, la mente maestra detrás de estas maravillas, era una mujer de unos cincuenta años, de porte elegante y mirada serena. Su cabello castaño oscuro, recogido en un moño bajo, dejaba a la vista su cuello esbelto y sus delicados rasgos faciales. Llevaba un vestido midi de corte clásico en un suave tono marfil, adornado con un cinturón de seda que realzaba su figura. Unas perlas sencillas adornaban su cuello y muñecas, y unos zapatos de tacón bajo completaban su atuendo. Sus ojos, de un profundo verde avellana, irradiaban una mezcla de determinación y calidez.
A su lado, su joven asistente Jacques, también francés, se movía con diligencia y entusiasmo. Jacques, de unos veinticinco años, tenía el cabello rubio y ligeramente ondulado, y unos ojos celestes que brillaban con inteligencia y curiosidad. Vestía un elegante traje gris claro, con una camisa blanca y una corbata estrecha de un tono azul pálido.
Ambos estaban de pie en la parte principal del atelier vacío, esperando a su clienta especial, María, que llegaría junto a sus acompañantes para la prueba final de su vestido de novia.
María entró al lugar mirando a su alrededor con asombro, seguida de Begoña, quien con cariño entrelazó su brazo con el de ella, avanzando dentro del atelier con una sonrisa complacida. Marta y Fina entraron inmediatamente detrás de ellas, compartiendo el mismo asombro mientras observaban la elegancia del lugar y los vestidos de novia y de damas de honor exhibidos en el centro.
Élise sonrió esperando, con sus dedos entrelazados sobre su vientre, que las mujeres se deleitaran un poco la vista antes de hacerse notar. Jacques miraba en silencio a Élise, esperando alguna indicación de su parte, pero ella solo se limitó a mirarlo esbozando una pequeña sonrisa y volvió lentamente su mirada a las mujeres.
María se acercó a un maniquí con un vestido particularmente impresionante. Era un vestido de seda pura con encaje de Chantilly, adornado con pequeñas perlas y cristales que brillaban sutilmente bajo la luz. La falda, de varias capas, caía en suaves ondas hasta el suelo, y la cola, ligeramente más larga, añadía un toque de majestuosidad al conjunto.
—Qué hermoso, creo que era una de mis primeras opciones —comentó María acercándose al maniquí—. Realmente precioso todo —tocó suavemente el fino material de seda que cubría la falda del vestido.
—Si todos son así de encantadores, necesitaremos ser objetivas a la hora de escoger —Begoña miró a María.
—¿Te gusta este? —preguntó María girándose hacia Marta, quien observaba tranquilamente su alrededor.
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Toledo, 1958.
FanfikceEn 1958, Fina Valero, con el esfuerzo de su padre, se traslada a Barcelona a los 18 años para estudiar Finanzas y Contabilidad. Diez años después, regresa a su pueblo natal sin entusiasmo, obedeciendo la solicitud de su padre, con la intención de qu...