Capítulo 20: "Cena de cómplices"

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Fina y Esther cenaban en un restaurante lujoso en Madrid, donde cada detalle era un despliegue de elegancia y opulencia. El comedor estaba adornado con candelabros dorados que colgaban del techo, reflejando la luz suave sobre las mesas cubiertas con manteles de lino impecablemente blancos. Las paredes estaban decoradas con paneles de madera oscura y tapices ricos en texturas, mientras que grandes ventanales ofrecían una vista panorámica de la ciudad iluminada por la tarde que empezaba a ceder a la noche.

Los platos que les habían servido eran una obra maestra de la gastronomía francesa. Delicados terrinas de foie gras acompañadas de brioche recién horneado, seguidos de un coquilles Saint-Jacques perfectamente cocido, con vieiras tiernas en una salsa de mantequilla y vino blanco. El plato principal, un boeuf bourguignon de cocción lenta, desprendía un aroma embriagador, con trozos de carne que se deshacían al contacto, bañados en una salsa espesa de vino tinto con champiñones, zanahorias y cebollas perladas. Todo esto, acompañado de un Château Margaux, un vino tinto profundo y complejo, que complementaba perfectamente la riqueza de los sabores en el plato.

Esther, sentada frente a Fina, lucía impecable. Llevaba un elegante vestido rosa palo, ceñido a la cintura, con un faldón amplio que caía justo por debajo de las rodillas, adornado con pequeños bordados florales en un tono más claro. Sus hombros estaban cubiertos por un chal ligero de seda en un tono de rosa más oscuro, que caía con gracia sobre sus brazos. Los accesorios que llevaba eran sencillos pero refinados: un delicado collar de perlas que rodeaba su cuello, con pendientes a juego y un reloj de oro rosa que brillaba tenuemente bajo la luz del restaurante. Su largo cabello lacio y pelirrojo estaba peinado con una caída natural, dejando que algunos mechones enmarcaran su rostro, destacando su piel blanca y sus ojos azul claro, serenos y profundos. Su maquillaje era sutil, con un toque de rubor rosado en las mejillas, delineador negro que acentuaba la forma de sus ojos, y un labial rosa suave que complementaba su atuendo.

Mientras Esther hablaba, su voz era suave y clara, cargada de serenidad y sabiduría. Discutía con precisión técnica temas relacionados con el periodismo, compartiendo anécdotas de su día de trabajo, pero también reflexionando sobre el estado del mundo y la importancia de la verdad en su oficio. Mientras hablaba, Fina jugaba con su comida, moviendo la carne con el tenedor, sin realmente llevarse un bocado a la boca. Sus pensamientos estaban muy lejos de esa mesa.

Esther, siempre atenta, notó la distracción en Fina. Dejó su copa de vino sobre la mesa con su habitual templanza.

—¿Qué te ocurre, Fina? —la miró a los ojos con una sonrisa—. Hoy has firmado el contrato para tu nuevo coche. Deberías estar radiante de felicidad.

Fina levantó la mirada, sus ojos oscuros brillando con una tristeza que intentaba ocultar tras una sonrisa.

—Es por el trabajo, Esther. A veces siento que no estoy en el lugar correcto, como si no perteneciera realmente allí y está demás decir que fue un error venir a Toledo —respondió con suavidad dejando el tenedor a un lado.

Esther observó a Fina con una mezcla de ternura y comprensión. Alargó su mano sobre la mesa y tomó la de Fina, entrelazando sus dedos con los suyos en un gesto de cariño y apoyo.

—Te ves hermosa hoy —dijo Esther, sus labios curvándose en una sonrisa cálida—. Y no solo eso, también veo a una mujer capaz de brillar en cualquier lugar en el que se encuentre. A veces, cambiar de aire es la mejor decisión que se puede tomar.

Fina miró a Esther, apreciando la sinceridad en sus palabras. Aunque su sonrisa seguía siendo algo triste, la calidez de Esther la reconfortó. Tomó un sorbo de su vino, dejando que el sabor profundo del Château Margaux llenara sus sentidos, y sintió una pequeña chispa de alivio.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora