Capítulo 3: "Las sorpresas de Illescas"

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Había pasado una semana desde la llegada de Fina. Todo había sido tan rutinario que los días parecían iguales. Fina desayunaba en silencio junto a Marta, iban juntas al trabajo, terminaban a la misma hora, regresaban en silencio y cada una seguía con su vida. Marta estaba cómoda con esa dinámica; Fina no. A la mujer castaña le intrigaba la vida de Marta y esa aura misteriosa que la envolvía. Era casi indescifrable, y eso le molestaba muchísimo. Quería sentirse más segura durante el trabajo y el resto del día. Quería saber cómo era ella y cómo se comportaba para poder anticipar sus repuestas y acciones, pero siempre Marta la podía sorprender y no de buena forma.

Fina estaba impaciente sentada en su escritorio mirando el reloj de su muñeca ansiosa de que pasaran rápido los siete minutos que faltaban para ir hacia la oficina de Marta, ya que a esa hora exacta la estaría esperando. Estaba de piernas cruzadas moviendo su pie nerviosamente, y escuchó como la puerta era tocada y luego abierta. Era su secretaria.

Claudia tenía el cabello largo, lacio y castaño claro, que llevaba suelto con una diadema negra que le daba un toque juvenil. Su rostro era fino, con ojos grandes y expresivos, una nariz recta y labios rosados que mostraban una sonrisa amigable. Era mucho más baja de estatura que Fina, tal vez unos diez centímetros. Vestía una blusa de manga corta en color rosa pálido, con detalles fruncidos en las mangas y un lazo en el cuello. Sobre la blusa, usaba un chaleco entallado de color oscuro que resaltaba su figura. Su falda, también oscura, era de corte recto y llegaba justo por debajo de las rodillas.

—Doña Fina, soy Claudia —Dijo su secretaria entrando con una sonrisa al despacho—. Quería recordarle que en cinco minutos tiene una cita con Doña Marta.

—Claudia, no me digas Doña Fina. No me gusta. Creo que hasta tenemos la misma edad —comentó Fina amablemente levantándose de su silla y acercándose a Claudia—. Solo Fina. Eres mi secretaria, nadie te dirá nada.

— Está bien, Fina — la miró con timidez y una ligera sonrisa —. No quiero que piense que me gustaría sobrepasar las líneas de cordialidad, así que no se preocupes. Este voto de confianza no lo traicionaré — Claudia abrazó los papeles contra su pecho.

—Es muy considerado de tu parte. Me alegro de tenerte conmigo, entonces —sonrió Fina mientras se miraba al espejo de su despacho—. ¿Me veo bien?

Fina llevaba un elegante vestido de oficina en blanco y negro. El vestido, de línea A, ceñía su cintura delicadamente, acentuando su figura con gracia sin resultar ajustado. La falda llegaba justo a la rodilla, manteniendo un aire de profesionalidad. El tejido, una mezcla de lana y tweed, ofrecía comodidad y estructura, con un diseño clásico a rayas finas en blanco y negro que añadía un toque de sofisticación. El cuello redondo y las mangas tres cuartos completaban el atuendo. Calzaba unos elegantes zapatos de tacón medio en color negro. Llevaba unas medias translúcidas de tono natural. En cuanto a los accesorios, Fina llevaba un fino cinturón negro de cuero alrededor de la cintura, resaltando la línea del vestido. Unos pequeños pendientes de perla adornaban sus orejas, y un sencillo collar de perlas complementaba su look sin resultar demasiado llamativo. Su reloj de pulsera, con correa de cuero negro y esfera dorada, era a la vez práctico y elegante. Completaba el conjunto con un bolso de mano negro, estructurado y de tamaño mediano. Fina llevaba un gran abrigo de lana gruesa en un elegante color negro. El abrigo, de corte recto y largo hasta las rodillas, tenía un cuello amplio y solapas anchas. Los grandes botones negros en doble fila y el cinturón de lana a juego ceñido a la cintura realzaban su figura, mientras que los discretos bolsillos laterales añadían funcionalidad al diseño clásico y sofisticado.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora