Capítulo 2: "Revelaciones y Decisiones"

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Luego de brindar, Fina acomodó su ropa y maletas en su nueva habitación. El dormitorio en el segundo piso de la casa de los De la Reina era un santuario de elegancia serena. El suelo de parqué de nogal se extendía por todo el espacio, reflejando la luz natural que entraba por un gran ventanal vestido con cortinas de seda azul cielo y dorado. En el centro, una cama, vestida con sábanas de lino blanco y cubrecamas de brocado en tonos marfil y oro, se erigía como pieza central. A los pies de la cama, un banco tapizado en terciopelo azul oscuro añadía un toque de lujo. Las paredes, pintadas en un tono crema suave, estaban adornadas con grabados bucólicos enmarcados en madera dorada. Cerca de la ventana, un escritorio antiguo de caoba, acompañado por una silla de respaldo alto tapizada en cuero, creaba un espacio ideal para la reflexión, iluminado por una lámpara de mesa de bronce con pantalla de seda. Un gran armario de madera oscura y una cómoda a juego completaban la estancia, ofreciendo amplio espacio de almacenamiento y reflejando la luz en su espejo con marco dorado.

Aprovechó la tarde libre para salir a comer con su padre, ponerse al día y buscar piso. Aunque ya había visto algunos, ninguno le convencía del todo. Había uno que le llamaba la atención, pero necesitaba ver más antes de decidir.

Notaba a su padre más enfermo de lo normal: estaba más pálido, más delgado y andaba más lento. Tenía un mal presentimiento; le parecía muy extraño que su padre le pidiera venir tan urgentemente y le tuvieran un empleo preparado. Mientras comían en un restaurante cercano a la gran casa, Fina intentó sacar más información sobre la salud de su padre.

—Me gustaría saber qué es lo que me esconde sobre su condición —suspiró Fina, jugando con su pescado en el plato.

—Nada, hija. Anda, come tu comida antes de que se enfríe —le contestó Isidro, evitando notoriamente el tema, tomando un sorbo de agua.

—Padre, necesito que me responda —lo miró a los ojos—. ¿Qué le han dicho los médicos?

—Fina, estoy viejo. Eso es todo —Isidro le tomó la mano con delicadeza—. Agradezco tu preocupación.

—Pues no le creo, padre, ¿qué quiere que le diga? —Fina se soltó de su agarre y tomó un sorbo de vino, enfadada. Miró la ventana que daba a la calle concurrida de vehículos, pensando en lo exhausta que estaba de buscar y buscar qué era lo que ocurría con su padre—. Dígame ahora o voy a empezar a investigar.

—Tengo problemas del corazón —dijo finalmente Isidro, colocando su mano sobre el lado izquierdo de su pecho—. Está débil y cansado. El tratamiento no me ayuda a mejorar, pero sí a retrasar la enfermedad —confesó, ahora jugando con su comida y sin ver a Fina a los ojos—. Lamento que te enteres así. Cuando me lo dijeron, corrí a llamarte. Quería que pasara una semana de tu estancia aquí para contártelo, pero ya me lo has sonsacado en menos de un día.

Isidro alzó la mirada y encontró los ojos de Fina, llenos de lágrimas y tristeza.

Fina sintió como cada palabra que revelaba su padre le llegaban estacas al corazón, profundizando el estado de depresión que asolaba su mente. Pensar que su padre no estaría en algún minuto de su vida era indeseable.

—Padre, no sé qué decirle. Si a usted le pasa algo, me muero. Realmente me quedaría sola —Fina se secó una lágrima con una mano y con la otra tomó la de su padre—. Entiendo algunas cosas ahora.

—Ojalá haberte informado en otra situación —Isidro sonrió con pena mientras le daba pequeñas palmaditas en la mano de Fina—. Quiero que estemos juntos más tiempo. Lamento mi egoísmo, pero nada me haría más feliz.

—Lo siento tanto —Fina se levantó de la mesa, se arrodilló a la altura de su padre y lo abrazó con fuerza—. Tengo el corazón acongojado. Me parte el alma escuchar esto. ¿Usted siente dolor?

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora