Capítulo 30: "Un buen beso, un buen despertar"

1.4K 114 36
                                    

Marta sonreía, pero su sonrisa era un poco tambaleante, como si aún se estuviera ajustando al torbellino de emociones que la envolvía. Sus ojos, suavemente posados sobre Fina, brillaban con una mezcla de alivio y satisfacción. En su interior, sentía una ligereza que hacía tiempo no experimentaba, como si finalmente hubiera soltado un peso enorme. Sin embargo, esa liviandad traía consigo un nerviosismo sutil, una sensación nueva que le hacía cosquillas en el estómago.

—Me siento más liviana, pero a la vez... algo nerviosa —murmuró Marta, apenas en un susurro, su voz temblando por la honestidad de su confesión. Sus ojos seguían fijos en Fina, buscando en ella una respuesta que pudiera reflejar lo que ambas estaban sintiendo en ese instante.

Fina asintió despacio, sus cejas se levantaron levemente, captando la resonancia del momento. A pesar de la calma aparente que mostraba, también sentía esa misma corriente interna. Había una empatía silenciosa entre ellas, como si, sin necesidad de más palabras, pudieran comprenderse.

—Y yo... —susurró Fina, con una voz un poco más baja, como si temiera romper el delicado ambiente que las envolvía. Las palabras eran pocas, pero llenas de un peso emocional que ambas reconocían. Aunque tranquila en apariencia, por dentro Fina se inundaba de la misma emoción que embargaba a Marta.

La habitación, iluminada solo por las suaves lámparas sobre la isla, parecía estar suspendida en un tiempo distinto. Todo era más suave, más delicado. Cada respiración que compartían, cada roce sutil, se sentía magnificado. Fina observaba a Marta con una admiración que le llenaba el pecho, notando los pequeños detalles de su rostro: la curva de sus labios aún curvados en esa sonrisa tambaleante, la forma en que sus ojos se suavizaban cuando la miraba. Era una belleza que la dejaba sin aliento, una belleza que iba más allá de lo físico, un aura que Marta emanaba, llena de honestidad y vulnerabilidad.

Fina dejó la carta sobre la mesa y rodeó la isla lentamente, sus ojos nunca abandonando los de Marta. Había algo en el aire entre ellas, una suavidad que no habían sentido antes, una conexión tangible. Fina, con pasos cautelosos, ya no sentía que acercarse a Marta fuese algo indebido, sino inevitable, casi natural. Alzó la mano, sus dedos temblorosos de anticipación, y con una delicadeza extrema, empezó a trazar la línea de la mandíbula de Marta. Su piel era suave, cálida, y Fina apenas podía contener el leve temblor en sus dedos mientras subía hasta los pómulos, dibujando sus contornos como si estuviera conociendo ese rostro por primera vez.

Marta, sin poder evitarlo, suspiró. Un suspiro tan ligero que apenas se notó, pero en su interior, su corazón latía fuerte, acelerado. Sus ojos estaban fijos en Fina, admirando cada movimiento, cada detalle. Era como si, en ese instante, ambas mujeres se estuvieran descubriendo bajo una nueva luz. Los rostros se relajaban al unísono, los músculos tensos por la emoción se desvanecían, y en ese contacto, cada una encontraba consuelo en la otra.

Cuando el dedo de Fina rozó los labios de Marta, esta no pudo más. Su cuerpo actuó antes que su mente, y de repente, se puso de pie, quedando frente a Fina, sus rostros ahora a la misma altura. Marta cerró los ojos con una mezcla de deseo y nerviosismo, sus labios entreabiertos, esperando, deseando, anhelando. Fina la miraba detenidamente, el asombro reflejado en sus ojos, por el movimiento repentino de Marta. La cercanía entre ellas era tan palpable que compartían el mismo aliento, sus respiraciones entrelazadas.

Fina tragó saliva, sus labios temblando ligeramente mientras se acercaba más a Marta. No podía dejar de admirarla: esa nariz recta y firme, las pestañas largas y castañas que, bajo la tenue luz, brillaban con un suave reflejo dorado. La belleza de Marta la tenía cautivada. Era una mujer preciosa.

Con movimientos lentos, casi reverentes, Fina llevó sus manos al rostro de Marta, sosteniéndolo con una suavidad que parecía querer protegerla. Y entonces, con una mezcla de ternura y anhelo, sus labios se encontraron. No hubo prisa, no hubo tensión, solo un beso que, desde el primer contacto, parecía haber sido esperado desde hacía mucho. Sus bocas se unieron con una suavidad que apenas podía distinguirse dónde terminaban los labios de una y comenzaban los de la otra.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora