Capítulo 16: "Desayuno de exquisiteces y preparativos para la boda"

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Marta vestía un vestido largo de color verde musgo, con mangas largas y ajustado al torso. Estaba sentada de piernas cruzadas en el comedor, donde los puestos ya estaban listos para recibir a toda la familia. Como siempre, Marta acostumbrada levantarse temprano todos los días, y Digna, lo sabía. Por eso, Marta estaba desayunando sola: tostadas con mermelada de frambuesas, un café negro sin azúcar, y un jugo de naranja recién exprimido. Tenía la mirada serena y apacible mientras leía el periódico con atención, pero apretaba los labios con rudeza al pensar en todo lo que le confesó Gustavo.

Dejó la tostada sobre el platillo cuando vio a su padre entrar, vestido con su característico traje formal. En esta ocasión, llevaba pantalones negros, un saco beige, y una corbata roja. Marta, al verlo, se tensó ligeramente, apretando la quijada y los hombros, pero fue casi imperceptible.

—Buenos días, Marta —saludó Damián con su voz gruesa y un tinte de indiferencia mientras se sentaba en la cabecera de la mesa.

Marta tomó un sorbo de su jugo con aparente despreocupación y siguió leyendo el periódico.

—Buenos días, padre —respondió Marta, pasando la página.

—No avisaste a nadie dónde pasaste la noche —dijo Damián, fijando la mirada en su hija. Marta lo miró devuelta, alzando ambas cejas—. No es que debas avisarme a mí, pero se ve mal visto que una mujer salga de su casa a dormir en otra.

Marta lo observó por un instante antes de responder con una ligera sonrisa irónica.

—Digna ya vendrá a servirte el café —dijo ella, sosteniéndole la mirada un par de segundos antes de volver a su periódico—. Y segundo, padre, soy una mujer adulta. Mi esposo lo veo dos veces al año porque trabaja en alta mar, por lo que la gente ya piensa que lo engaño a pesar de estar casada. —Rió suavemente, negando con la cabeza—. Además, fui a casa de Fina.

Damián entrecerró los ojos, claramente descontento por la insolencia.

—Te has hecho muy amiga de ella últimamente —comentó cambiando de tema, mientras Digna se acercaba con una bandeja, sirviendo el mismo desayuno que Marta había elegido.

—Que lo disfrute, Damián —dijo Digna con amabilidad.

—Se ve delicioso, Digna, gracias —respondió Damián, asintiendo con una sonrisa que Marta juzgó algo más coqueta que amigable.

—Sí, me he hecho amiga de ella —replicó con neutralidad—. ¿Y qué con eso?

Su padre la miró sorprendido y luego frunció el ceño.

—¿Se puede saber qué es lo que te pasa? —preguntó Damián mirándola con profundidad y evidente molestia.

—No es nada —respondió, llevándose una tostada a la boca sin mirarlo al rostro.

—Espero que ese "nada" se termine aquí —Damián buscó su mirada hasta encontrarla—, porque no permitiré más este tipo de actitudes, y menos en otras situaciones, como lo hiciste en la mesa de compromiso de tu hermano.

Marta lo miró con desdén, un gesto que irritó más a su padre. Ella hojeó el periódico nuevamente y aclaró su garganta.

Necesitaba hablar con Pierre para unir un poco más las cosas, para obtener más información. Tenía que hacerlo hoy, antes de que Fina tomara la delantera. Marta sabía que su posición dentro de la empresa familiar le daba cierta ventaja, y debía aprovecharla.

—Padre —llamó Marta, y Damián la miró expectante, con una tostada en la mano—. Quería saber si hay algo importante sobre la empresa que deba conocer.

—Marta, no entiendo a qué te refieres —tomó un sorbo de café—. ¿Acaso no estás al tanto de lo que sucede en tu área de la empresa?

Marta alzó las cejas y se inclinó hacia él con tu cuerpo.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora