Capítulo 33: "La primera vez" (Parte 2)

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Punto de vista de Fina

Explicar el placer que estaba sintiendo... imposible con palabras. Cualquier intento sería insignificante frente a lo que realmente sentí. La miré, y en ese momento juré que era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Cautivada no es suficiente para describir lo que me pasaba. Estaba completamente embelesada por ella. Sus ojos me atrapaban de una manera indescriptible; eran de un azul hermoso en el que podría perderme fácilmente. Era un azul que nunca había visto antes, y aunque existen millones de personas con ese mismo color, los ojos de Marta eran únicos. Ese azul profundo que oscilaba entre celeste y azul marino cada vez que la veía. Insisto, sus ojos nunca tenían el mismo tono, siempre cambiaban.

Sus labios, hinchados por los besos, parecían más carnosos de lo que ya eran, y su sonrisa relajada era casi un insulto a mi autocontrol. ¿Cómo podía ser tan bella? Sus labios se veían tan tentadores, tan irresistiblemente apetitosos. Y sus gemidos... aquellos suaves, deliciosos sonidos, se repetían en mi mente como un bucle infinito. Marta era una maravilla. Su cuerpo, su piel, su cintura, su rostro. Cada parte de ella era como una obra de arte iluminada por una luz suave que resaltaba cada una de sus facciones. Bendita luz, bendito su rostro, bendito su cuerpo. Esa luz delineaba cada curva, cada ángulo de manera perfecta.

Suspiré profundamente, agotada pero contenta. Quería acurrucarme junto a ella, y Marta, como si pudiera leerme el pensamiento, se envolvió en las sábanas y me ofreció su pecho para descansar mi cabeza. Acepté con gusto, porque ¿cómo no hacerlo? Ahí estábamos, Marta y yo, desnudas, entrelazadas bajo las sábanas. Tocaba su piel, ella la mía, y las sábanas apenas nos separaban del mundo exterior. Marta acarició mi mejilla con suavidad, levantó mi mentón con sus delicados dedos y me besó lentamente. Me sorprendí sonriendo en medio del beso. Era un gesto tan dulce, una felicidad tan genuina, que sentí algo que iba mucho más allá del simple placer.

Más allá de la evidente atracción física, Marta, quien solía mostrarse ruda e impenetrable, se había desnudado ante mí. Era como si hubiera tenido el privilegio de verla vulnerable, completamente cómoda y abierta a mi tacto.

Bendita luz. Bendita su mandíbula. Benditas sus facciones. Bendita sea la luz que recae sobre ella.

No podía dejar de mirarla. Estaba completamente embelesada. Era evidente que mi mirada reflejaba todo lo que sentía, probablemente enamoradísima. No me sorprendía, porque tocarla había sido como tocar el cielo.

Era irresistiblemente hermosa, una mujer hecha sensualidad. Disfruté cada instante de tocarla, de sentirla. Rodeé su torso con mi brazo y ella comenzó a acariciarme con una sutileza que me estremeció.

—Creo que así se empieza una buena mañana —comenté con voz baja, y Marta soltó una suave risa.

—Estoy en las nubes ahora mismo —respondió después de unos segundos, mientras su otra mano acariciaba mi cabello—. Gracias.

—¿Por qué? —pregunté con una sonrisa, adivinando a qué se refería. Debajo de las sábanas, empecé a acariciar su vientre con mi pulgar.

—Es que es inexplicable cómo me he sentido, cómo me has hecho sentir —confesó Marta con una mezcla de incredulidad y admiración—. Y no lo digo en un mal sentido, por favor no me malinterpretes.

—En lo absoluto —negué de inmediato—. Sé lo más honesta posible.

—El sexo contigo es asombroso, y cualquier palabra queda burda en comparación —dijo con lentitud, tomándose su tiempo—. Pero ¿sabes lo que más me inquieta?

La palabra "inquieta" me sorprendió, y levanté la mirada hacia sus ojos. Marta sonrió.

—Que aún no acaba —dijo antes de tomar mi rostro y besarme con una lentitud y profundidad que hizo que mis piernas temblaran, incluso aunque estuviera agotada.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora