Capítulo 11: "La familia también apuñala por la espalda"

1.8K 101 16
                                    

Fina se levantó temprano el día viernes. Antes de ponerse de pie, jugó sobre su cama con su cachorro, quien aún no tenía nombre. No quería apresurarse con el nombre, pues deseaba estar segura de su decisión. Mientras tanto, le llamaban "Don Gato". Su primera noche fue bastante movida; el pequeño gato pasó la noche haciendo pequeñas travesuras, nada peligroso, pero sí hizo bastante ruido. Le gustaba jugar con las plantas. Apenas Fina lo soltó en el piso, el gato investigó todo lo que pudo, caminando a paso lento y torpe.

Cuando venía de camino a casa, Fina pasó por una tienda de mascotas y compró de todo para Don Gato: un rascador enorme, hierba para gatos, millones de juguetes, un pequeño chaleco blanco, un arenero, dos grandes camas (una para su dormitorio y otra para la sala de estar) y la mejor comida, por supuesto la más costosa, para su nuevo compañero de piso.

Aunque Don Gato tenía su lugar para dormir, Fina no pudo evitar llevárselo a su propia cama. Apenas abrió los ojos, no por el sonido del despertador sino por otra razón, se percató de que el pequeño felino estaba mordiendo su manga, la cual yacía rodeando la almohada de su pijama de seda costosa. Bufó, quitó al pequeño con cuidado y le besó la cabeza. Al gato aún no le gustaban mucho las muestras de cariño, así que se quitaba y le ponía las patitas sobre los labios de Fina. Ella solo negó con la cabeza y lo dejó sobre la sábana lisa. Se puso de pie y el gato la siguió. Fina entró al baño bostezando y cerró la puerta tras de sí, sin tomar en cuenta que el gato cortó su camino al toparse con la puerta. Se sacó su pijama, entró a la ducha, se maquilló y se arregló. Luego fue a tomar desayuno con bastante tiempo de sobra. Rellenó el comedero de Don Gato y se fue al trabajo en el carro de Marta.

Al llegar al trabajo, pasó a la cantina para buscar, como todos los días, el café para Marta, Claudia y Carmen. Se sorprendió al no ver a ninguna de sus secretarias en sus respectivos escritorios. Con los cafés en una bandeja, abrió la puerta semiabierta del despacho de Marta con su cuerpo. Se encontró a Claudia y Carmen sentadas en las sillas frente al escritorio, y a Marta apoyada en él relajadamente.

—¿Le ha gustado el regalo? —preguntó Carmen animadamente, girándose al ver a Fina entrar.

—Buenos días —saludó Fina con una amplia sonrisa—. ¿Te refieres a Don Gato? —preguntó Fina, y la mujer asintió con la cabeza—. Entonces sí, es un gato muy encantador, pero me debes plantas nuevas —dijo, apuntando con su dedo índice acusadoramente a Marta, quien la recibió con una sonrisa mirando al piso.

—Bueno, yo cumplí con mi parte; Don Gato tiene que hacer su trabajo —dijo Marta alzando las manos, simulando ser inocente.

—Los gatitos son así, Fina —comentó Claudia, también girándose a mirarla—. Hay unas yerbas muy buenas para mantenerlos tranquilos —miró a Carmen y asintió.

—Ella me debe una planta, es todo lo que diré —dijo Fina, acercándose al escritorio y dejando la bandeja con los cafés cerca de donde estaba sentada Marta.

La mujer rubia la miró con simpatía, y Fina rápidamente le besó la mejilla saludándola. Marta enrojeció al instante, pasando desapercibido para Fina y Claudia, pero no para Carmen.

—Bueno —volvió a decir Fina, aplaudiendo con sus palmas—. Este café con leche, crema y mucha azúcar es para Claudia —ofreció el cartón con el nombre de Claudia que Gaspar había escrito por la mañana.

—Muchas gracias, Fina —agradeció Claudia, aplaudiendo alegremente y con una amplia sonrisa.

—El tuyo, Carmen, un macchiato sin azúcar —alcanzó el café hacia la secretaria de Marta, quien agradeció y aceptó asintiendo amablemente con la cabeza—. Y para Marta —tomó el vaso y se lo entregó a la mujer, quien seguía cada movimiento con sus ojos—, un americano de lo más amargo y fuerte del mundo, obviamente sin azúcar —hizo una mueca de asco.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora