Capítulo 22: "Bienvenida a Jaime, los recuerdos y a la tensión"

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Fina miró con el ceño fruncido a Marta, buscando desesperadamente en su mente alguna escapatoria para evitar la pregunta. La tensión en la habitación se volvía palpable, pero en lugar de responder, Fina se puso de pie con rapidez, rodeando a Marta. Sin decir una palabra, tomó el jarrón con sus tulipanes, aferrándose a las flores como si fueran un salvavidas. Con las flores en sus manos, subió el jarrón a una estantería, acomodándolo con meticulosidad. Su mirada evitaba la de Marta, quien la observaba con una mezcla de impaciencia y sospecha.

Marta, viéndola actuar de esa manera, se sintió irritada. Pensó cómo podía tener tanta paciencia con Fina. Si alguien la evitara de esa forma, como si no existiera, ya habría puesto a esa persona en su lugar. Bufó con impaciencia y se acercó a Fina, dándole un toque en el hombro, que resonó con la exigencia de una respuesta.

—Fina, te hablé —dijo Marta con voz firme, dejando entrever su molestia.

Fina, incómoda y sin ganas de contestar, bajó la mirada, pasando sus manos por su falda con un movimiento brusco. Cerró los ojos lentamente, como si quisiera desaparecer, mientras golpeaba el piso con sus tacones, marcando su impaciencia.

Marta interpretó el silencio de Fina como una señal de que algo no andaba bien. La angustia comenzó a instalarse en su pecho, y los pensamientos oscuros se amontonaron en su mente. "Debe ser algo grave", pensó, sospechando que Fina había encontrado las mismas pistas que ella había descubierto tiempo atrás. Aún recordaba cuando Fina había ido a escondidas a ver a Gustavo Martín, y si además había visitado a Pierre, eso solo podía significar una cosa: Fina sabía que algo estaba mal con la empresa a nivel económico. Quizás había visto balances maquillados o gastos injustificados, y había entendido los malabares financieros que Jesús estaba haciendo.

—Solo fui por trabajo —murmuró Fina, apenas levantando la vista del suelo.

Marta soltó una risa cínica, cruzando los brazos con indignación.

—Mintiéndome eres horrible —replicó Marta, fijando su mirada en Fina, quien seguía evitando la confrontación—. Fina, ¿qué hacías buscando a Pierre en su oficina? —preguntó nuevamente, con una calma que contenía una amenaza latente.

Fina suspiró con resignación, enfrentando a Marta con una mirada desafiante.

—Encontré algo extraño en las cuentas, eso es todo —susurró, cruzando los brazos mientras desviaba la mirada, evitando los ojos de Marta.

—¿Y fuiste a ver a Pierre para buscar explicaciones? —inquirió Marta, sabiendo ya la respuesta.

—Quería decirle en la cara que maquilla informes como un estudiante de primer año, sin saber sumar ni restar —comentó Fina, permitiéndose una pequeña sonrisa, que contrastaba con la seriedad en el rostro de Marta.

—Fina, no es gracioso esto. Estás diciendo algo grave —respondió Marta, su rostro tensándose. Se acercó a Fina con una intensidad que la hizo retroceder ligeramente—. Deberías haberme dicho algo desde el principio.

Fina apretó los labios, finalmente enfrentando la mirada de Marta con firmeza.

—¿Decirte qué, Marta? —replicó Fina, sin dejarse intimidar—. ¿Que en la junta directiva diga: "Bueno, el incremento de nuestras ventas y la disminución de costos de material se ha visto beneficiado en un diez por ciento este último mes, pero he encontrado números que no cuadran, lo que me hace pensar que o se roba en esta empresa o se lava dinero"?

Marta descruzó los brazos lentamente. Su rostro parecía relajado, pero su cuerpo estaba tenso, como una cuerda al borde de romperse. Fina agudizó la mirada, preocupada, pero no cedió un centímetro en su postura.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora