Capítulo 34: "Ya no soy tu peón"

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Isidro estaba de pie en la entrada del apartamento, observando sus manos cruzadas con calma frente a él. Sonreía con afabilidad, echando un vistazo a su alrededor mientras comenzaba a silbar una melodía familiar. El pasillo en donde estaba él era amplio, con un piso de madera en parquet que crujía suavemente bajo sus pies. Las paredes estaban adornadas con un papel tapiz color crema que, junto a los grandes ventanales modernos, otorgaban una cálida luminosidad a todo el lugar. A su lado descansaba una caja de herramientas, impecable, como si hubiera sido cuidadosamente preparada para alguna tarea pendiente. Llevaba puesto un suéter marrón de corte en V sobre una camisa blanca bien planchada, complementado con unos pantalones caqui rectos y un cinturón de cuero que hacía juego con sus zapatos marrones pulidos.

—Padre, buenos días —saludó Fina, acercándose para abrazarlo con ternura. Suspiró en el abrazo y se alejó sin mirarlo al rostro.

—Buenos días... o casi buenas tardes —corrigió Isidro con una sonrisa divertida, mirando su reloj de pulsera.

Fina le devolvió una sonrisa mientras se inclinaba para tomar la manija de la caja de herramientas, e hizo un gesto suave para invitar a Isidro  a entrar.

—Pase —dijo mientras le hacía espacio para cruzar el umbral.

Isidro entró con paso firme y, al hacerlo, no pudo evitar fijarse en el desorden de la cocina. Había restos de un desayuno reciente: frascos de mermelada abiertos, tazas vacías y platos vacíos sobre la isla central. Sonrió con indulgencia, sabiendo que su hija y Marta debían haber compartido una mañana tranquila.

—¿Han desayunado hace poco, verdad? —preguntó, paseando su mirada por la cocina como si buscara a alguien—. ¿Y Marta? ¿Dónde está?

La mención de Marta hizo que Fina se tensara de inmediato, pero no de mala forma. Sintió un nudo en el estómago, pero intentó disimularlo mientras ajustaba el primer botón de su camisa con manos levemente temblorosas, deseando que las marcas en su piel no fueran visibles.

—Marta estaba muy cansada —respondió rápidamente, casi tropezando con las palabras—. Desayunó conmigo, pero volvió a dormir enseguida. Decidí dejarla descansar un poco más.

El sol de la mañana entraba suavemente por las ventanas, bañando la estancia en una luz cálida y acogedora. Sin embargo, el ambiente estaba cargado de cierta tensión que solo Fina podía percibir, mientras intentaba mantener su compostura. Fina pasó hacia el lado de la cocina, dejando a su padre al otro lado de la isla.

—Bueno, ¿y dónde estaba la ruptura de cañerías? —preguntó Isidro, mirando a su alrededor con seriedad, los ojos escudriñando el techo como si esperara ver algún rastro de la avería. Su tono era firme, pero su expresión, aunque ligeramente preocupada, no dejaba de ser afectuosa—. Hablé con un vecino cuando estaba subiendo y me dijo que, al menos en el primer piso, no hubo ningún problema.

Fina mordió el interior de sus mejillas y tragó saliva, tratando de ocultar su nerviosismo. Sabía que la situación no era tan simple como la había hecho parecer. Asintió lentamente, como si sus palabras necesitaran más tiempo para salir.

—Claro, en el primer piso no hubo nada —dijo con rapidez, moviendo ligeramente los hombros mientras rascaba su brazo derecho de manera inconsciente—. El problema fue en el piso de arriba, pero ya lo solucionaron. Solo estaban revisando por precaución los pisos de arriba y abajo... —Sonrió un poco torpemente, intentando parecer convincente—. Gracias a Dios, todo está bien, no fue gran cosa.

Isidro la miró con un gesto pensativo, frunciendo ligeramente el ceño. Aunque confiaba en su hija, algo en su tono le resultaba un poco forzado, pero decidió no presionar. Asintió despacio, con un aire más relajado.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora