Capítulo 26: "La boda" (Parte 2)

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La casa resonaba con el murmullo de conversaciones refinadas y el tintineo de copas de cristal. Amigos de toda la vida, familiares cercanos y lejanos, así como los más influyentes empresarios de la región, se mezclaban con las familias más ricas de Toledo, todos habituales en las exclusivas reuniones organizadas por los de la Reina. El cuarteto de cuerdas, ubicado en un rincón elevado del salón, interpretaba con destreza el "Canon en Re" de Pachelbel, llenando el aire con la serenidad de sus notas.

En el primer piso, el salón principal, con sus amplios ventanales que dejaban entrar la suave luz de la mañana, estaba abarrotado de invitados ataviados en sus mejores galas. Las mujeres lucían vestidos de seda y tafetán, algunos bordados con hilos de color oro y plata, mientras que los hombres, impecables en sus trajes oscuros, llevaban corbatas de seda finamente anudadas. Meseros vestidos con trajes de etiqueta negro y blanco se deslizaban entre la multitud con la elegancia, llevando bandejas relucientes repletas de canapés: delicadas rebanadas de salmón ahumado, queso de cabra suave y caviar negro, todo dispuesto sobre pan crujiente recién horneado. Las copas de champán, llenas de burbujas doradas, eran servidas en finas flautas de cristal que reflejaban la luz de las elegantes lámparas de cristal que colgaban del techo, creando un ambiente de lujo y sofisticación.

Marta avanzaba entre los invitados, sujetando las hojas contra su pecho, con Fina siguiéndola de cerca, ambas deslizándose con gracia y algo de rapidez entre la gente. Marta, a veces, echaba una mirada hacia atrás, sonriendo suavemente al ver a Fina detrás de ella, quien le devolvía la sonrisa con calidez. Varias personas reconocieron a Marta e intentaron saludarla, pero ella se excusaba con una sonrisa rápida, manteniendo su rumbo decidido. Finalmente, llegaron al despacho. Marta abrió la puerta y ambas entraron, cerrándola con un suave clic tras de sí.

—¡Vaya! —comentó Fina, apoyándose contra la puerta de madera con una sonrisa—. Hay mucha gente. Sabía que sería un número considerable, pero ver cómo llenan toda la casa es impresionante.

Marta sonrió mientras abría un cajón del escritorio y depositaba la pila de papeles dentro antes de cerrarlo cuidadosamente.

—Cuando llegue el momento adecuado, te la daré para que la leas —dijo Marta acercándose a Fina—. Mientras tanto, estará segura aquí, en este cajón que nadie abre. Y es que en verdad, no tengo otro lugar ni momento para guardarla por ahora.

Sus miradas se encontraron, y el silencio que se instaló entre ellas fue cómodo, casi necesario. Marta observó con detenimiento las largas pestañas de Fina, su maquillaje perfectamente aplicado, y su vista se enfocó hasta las pequeñas flores que adornaban su peinado. Con un toque delicado, Marta se atrevió a tocarlas, sus dedos acariciando la sien de Fina antes de deslizarse suavemente hasta su mejilla. Fina cerró los ojos al contacto, reteniendo el aire en sus pulmones, sintiendo la calidez de la mano de Marta.

—Qué alivio... —susurró Fina, su voz casi inaudible en la quietud del despacho, sus ojos aún cerrados mientras se deleitaba en la caricia.

—¿Por qué? —preguntó Marta en un tono bajo, casi como un murmullo, mientras sus ojos se perdían en los de ella.

—Te noto distinta —contestó Fina, abriendo lentamente los ojos, sus pupilas dilatadas revelando la profundidad de sus emociones—. Te siento segura, y me gustaría saber la razón.

Marta retiró su mano, alisando las suaves telas de su vestido de manera casi mecánica, mientras una pequeña sonrisa asomaba en sus labios. Fina entrelazó sus manos detrás de su espalda y se balanceó ligeramente hacia adelante, una risa suave escapando de sus labios, buscando nuevamente la mirada de Marta.

—Vamos, quiero saberlo —insistió Fina, adoptando un tono juguetón que contrastaba con la seriedad del momento anterior.

—Con tan solo mi cambio de actitud hacia ti, ya tienes otra disposición —dijo Marta, su tono impregnado de una sinceridad. Sus dedos apartaron con ternura un mechón rebelde que caía sobre el rostro de Fina, colocándolo detrás de su oreja—. No quiero ni imaginar el agradable momento en que leas la carta... me amarás.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora